Señorita Felice:
Voy a hacerle un ruego que parece auténticamente demencial, yo mismo no lo juzgaría de otro modo si fuera yo quien recibiese la carta y la leyera. Pero es también la prueba más dura a que puede ser sometida la mejor de las personas. Helo aquí pues: escríbame solamente una vez a la semana, y de forma que reciba la carta el domingo. Es que no puedo soportar sus cartas diarias, no estoy en condiciones de soportarlas. Contesto, por ejemplo, a su carta y luego estoy en apariencia tan tranquilo en la cama, pero mi cuerpo entero se ve atravesado por palpitaciones y no tengo presente ninguna otra cosa excepto usted. Cómo te pertenezco, no hay, realmente ninguna otra posibilidad de expresarlo y esta es demasiado débil. Pero justo por eso no quiero saber cómo estás vestida, pues me altera de tal forma que no puedo vivir, y por eso no quiero saber que estás bien dispuesta hacia mí, pues entonces ¿por qué razón, loco de mí, sigo sentado en mi despacho, o aquí en casa, en lugar de meterme en el tren, con los ojos cerrados para no volverlos a abrir hasta encontrarme a tu lado?
Franz Kafka, Carta a Felice, editorial Alianza Tres, texto seleccionado por Laura Mahillo, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013
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