viernes, 15 de enero de 2016

Mientras agonizo, William Faulkner

Y comienza a proferir lamentos, inclinada sobre la cama, con las manos un poco levantadas, moviendo el abanico como lo ha hecho durante diez días. Su voz es sonora, juvenil, trémula y clara, arrobada en su propio timbre y volumen; y mueve el abanico enérgicamente, arriba y abajo, arrancando murmullos del aire inútil. Después se echa entre las rodillas de Addie Bundren y, agarrándola, la sacude con la furiosa energía de una persona joven, tendiéndose rápidamente entre el manojo de huesos carcomidos que Addie Bundren dejó, haciendo crujir la cama entera con el seco chirrido de las hojas del jergón; tiene los brazos extendidos, y el abanico, todavía en una de sus manos, se agita aún, casi sin aliento, sobre la alcoba. Desde detrás de la pierna de padre, Vardaman escudriña, boquiabierto, asomándosele a la boca todo el calor de su cara, como si, en cierto modo, se hubiese hincado los dientes en su propia carne, chupando. Poco a poco empieza a retirarse de la cama, redondos los ojos, pálida su cara, que se desvanece en las sombras como un trozo de papel pegado a una tapia ruinosa. Y así sale por la puerta.

William Faulkner, Mientras agonizo,http://www.ddooss.org/libros/William_Faulkner.pdf. Seleccionado por Lidia Rodríguez Suárez, segundo de bachillerato, curso 2015-2016.

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