Hueste inmensa de espíritus leales
»Está velando sin cesar, armada,
»Sobre los altos muros celestiales,
»Y hace toda sorpresa inasequible;
»A veces parte de ella, hasta en las puertas
»Del Infierno la vemos acampada,
» Y una gran multitud de sus despiertas
»Avanzadas penetran con desvelo
»Nuestro mismo horizonte, registrando
»Con negras alas todo este hondo suelo.
»Siendo, pues, imposible una sorpresa,
»¿Se podrá a fuerza abierta nuestra empresa
»Conseguir? Las tinieblas agregando
»Unas a otras, en este abismo horrendo,
»Envuelto todo nuestro innumerable
»Ejército en su lóbrega espesura,
»¿Podrá acercarse al Cielo, oscureciendo
»Con sombra prolongada y espantable
»Del éter intermedio la luz pura?
»¡Vano intento! Del trono inaccesible,
»De resplandor eterno circundado,
»Ese enemigo nuestro arrojaría
«Raudales de su luz incorruptible
»Que volviesen la noche en claro día,
»Que penetrando hasta este abismo odiado,
»Nuestros débiles ojos deslumbrasen
»Y aun más al fondo nos precipitasen.
»Ultraje sobre ultraje acumulemos,
»Dicen; así su cólera agotando,
»Su venganza quizás engañaremos,
»Y que nos haga perecer logrando,
»En la muerte hallaremos el remedio
»Unico del dolor que nos oprime.
»¿En la muerte decís? ¡Qué triste medio!
John Milton, El paraíso perdido, es.wikipedia.org/wiki/El_paraiso_perdido
Seleccionado por Beatriz Curiel Lumbreras, segundo de Bachillerato Humanidades, Curso 2009-2010.
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