Inmediatamente se produjo un cambio en las aguas; la serenidad se
volvió menos brillante pero más profunda. El viejo río reposaba
tranquilo, en toda su anchura, a la caída del día, después de siglos de
buenos servicios prestados a la raza que poblaba sus márgenes, con la
tranquila dignidad de quien sabe que constituye un camino que lleva a
los más remotos lugares de la tierra. Contemplamos aquella corriente
venerable no en el vívido flujo de un breve día que llega y parte para
siempre, sino en la augusta luz de una memoria perenne. Y en efecto,
nada le resulta más fácil a un hombre que ha, como comúnmente se
dice, "seguido el mar" con reverencia y afecto, que evocar el gran
espíritu del pasado en las bajas regiones del Támesis. La marea fluye y
refluye en su constante servicio, ahíta de recuerdos de hombres y de
barcos que ha llevado hacia el reposo del hogar o hacia batallas
marítimas. Ha conocido y ha servido a todos los hombres que han
honrado a la patria, desde sir Francis Drake hasta sir John Franklin, caballeros todos, con título o sin título... grandes caballeros andantes
del mar. Había transportado a todos los navíos cuyos nombres son
como resplandecientes gemas en la noche de los tiempos, desde el
Golden Hind, que volvía con el vientre colmado de tesoros, para ser
visitado por su majestad, la reina, y entrar a formar parte de un relato
monumental, hasta el Erebus y el Terror, destinados a otras conquistas,
de las que nunca volvieron. Había conocido a los barcos y a los
hombres. Aventureros y colonos partidos de Deptford, Greenwich y
Erith; barcos de reyes y de mercaderes; capitanes, almirantes, oscuros
traficantes animadores del comercio con Oriente, y "generales"
comisionados de la flota de la India. Buscadores de oro, enamorados de
la fama: todos ellos habían navegado por aquella corriente, empuñando
la espada y a veces la antorcha, portadores de una chispa del fuego
sagrado. ¡Qué grandezas no habían flotado sobre la corriente de aquel
río en su ruta al misterio de tierras desconocidas!... Los sueños de los
hombres, la semilla de organizaciones internacionales, los gérmenes de
los imperios.
Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, http://mural.uv.es/deladel/El%20corazon%20de%20las%20tinieblas.pdf.
Seleccionado por Lidia Rodriguez Suárez. Segundo de bacchillerato. Curso 2015-2016.
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