OTELO
Noble Montano, siempre fuisteis respetado.
El decoro y dignidad de vuestra juventud
son bien notorios y grande es vuestro nombre
en boca del sabio. ¿Qué os ha hecho
malgastar de este modo vuestra fama
y cambiar el regio nombre de la honra
por el de pendenciero? Contestadme.
MONTANO
Noble Otelo, estoy muy malherido.
Yago, vuestro alférez, puede informaros
de todo lo que sé, ahorrándome palabras
que me cuestan. Y no sé que esta noche
yo haya dicho o hecho nada malo,
a no ser que sea pecado la caridad
con uno mismo o la defensa propia
cuando nos asalta la violencia.
OTELO
¡Dios del cielo!
La sangre empieza a dominarme la razón
y la pasión, que me ha ofuscado el juicio,
va a imponerse. ¡Voto a ... ! Con que me mueva
o levante este brazo, el mejor de vosotros
cae bajo mi furia. Hacedme saber
cómo empezó tan vil tumulto y quién lo provocó,
y el culpable de esta ofensa, aunque sea
mi hermano gemelo, para mí está perdido.
En una ciudad de guarnición, aún inquieta,
con la gente rebosando de pavor,
¿emprender una pelea particular
en plena noche y en el puesto de guardia?
Es demasiado. Yago, ¿quién ha sido?
MONTANO
Si por parcialidad o lealtad de compañero
no te ajustas al rigor de la verdad,
no eres soldado.
YAGO
No toquéis esa fibra.
Que me arranquen esta lengua
antes que ofender a Miguel Casio.
Aunque creo que decir la verdad
no puede dañarle. Oídla, general.
Conversando Montano y yo,
viene uno clamando socorro
y Casio detrás con espada amenazante,
dispuesto a arremeter. Este caballero
se interpone y pide a Casio que se calme.
Yo salí tras el tipo que gritaba,
temiendo que sus voces, como luego sucedió,
espantaran a las gentes. Mas fue veloz,
logró escapar, y yo volví al instante,
porque oí un chocar y golpear de espadas
y a Casio maldiciendo, lo que no había oído
hasta esta noche. Cuando volví,
que fue en seguida, los vi enzarzados
a golpes y estocadas, igual que cuando vos
después los separasteis.
De este asunto no puedo decir más.
Los hombres son hombres, y hasta el mejor
se desquicia. Aunque Casio le ha hecho algo,
pues la furia no perdona al más amigo,
me parece que Casio también recibió
del fugitivo algún insulto grave
que no tenía perdón.
OTELO
Ya veo, Yago,
que tu afecto y lealtad suavizan la cuestión
en beneficio de Casio. Casio, aunque os aprecio,
nunca más seréis mi oficial
William Shakeapeare, Otelo, infojur.ufsc.br/aires/arquivos/ShakespeareOtelo.pdf
Seleccionado por Clara Fuentes Gómez, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.
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