¡Cuánto me alegro de haber partido! ¿Qué es, amigo mío, el corazón del hombre? ¡Dejarte, a
quien tanto amo y de quien era inseparable, y sin embargo estar feliz! Sé que me perdonas. ¿No
estaban preparadas por el destino esas otras amistades para atormentar mi corazón? ¡Pobre
Leonor! Pero no fue mi culpa. ¿Podía yo pensar que mientras las graciosas travesuras de su
hermana me divertían, se encendía en su pecho tan terrible pasión? Sin embargo, ¿soy inocente
del todo? ¿No fomenté y entretuve sus sentimientos? ¿No me complacía en sus naturalísimos
arranques que nos hacían reír a menudo por poco dignos de risa que fueran? ¿No he sido…?
¿Pero qué es el hombre para quejarse de sí? Quiero y te lo prometo, amigo mío, enmendar
mi falta; no volveré, como hasta ahora, a rumiar ni un poco de las amarguras que nos pone el
destino; voy a gozar de lo actual y lo pasado como si no existiera. En verdad tienes mucha
razón, querido amigo; los hombres sentirían menos sus trastornos (Dios sabrá por qué lo hizo
así) de no ocupar su imaginación con tanta frecuencia y con tal esmero en recordar los males
pasados, en vez de en hacer soportable lo presente.
Te ruego digas a mi madre que no olvido sus encargos y que en breve te hablaré de ellos.
He visto a mi tía, esa mujer que goza de tan mala reputación en casa, y está muy lejos de
merecerme mal concepto: es vivaracha y apasionada, tal vez, pero de estupendo corazón. Le
expliqué todo lo relacionado con la retención de la parte de herencia de mi madre y ella me
expresó las razones que tenía para actuar así, me dijo las condiciones por las que estaba
dispuesta a entregarme no sólo lo que se le pide, sino más. En fin, por hoy no me extenderé en
este tema; dile a mi madre que todo estará bien. Estoy convencido de que la negligencia y las
discusiones producen en este mundo más daños y trastornos que la malicia y la maldad. Por lo
menos, éstas no abundan tanto.
Estoy aquí en la gloria. La soledad en este país encantador es el bálsamo perfecto para mi
corazón, tan dado a las emociones fuertes; y la estación del momento, en la que todo se
renueva y rejuvenece, derrama sobre él un suave calor. Cada árbol, cada seto, es un ramillete de
flores; le dan a uno ganas de volverse abejorro o mariposa para sumergirse en el mar de
perfume y respirar el aromático alimento.
La ciudad en sí es desagradable, pero en sus cercanías, en cambio, la naturaleza hace gala y
ostentación de bellezas inefables. Esto fue lo que movió al difunto conde de M*** a plantar un
jardín en uno de estos oteros que con gran variedad forman los valles más deliciosos. El jardín
es muy sencillo y en cuanto se entra en él, se nota que no se trazó por una mano de hábil
jardinero, sino por un corazón sensible que quería deleitarse. Mucho he llorado al recordarle en
las ruinas de un pabellón que era su retiro predilecto y que también se ha hecho el mío. Pronto
será el dueño del jardín; estoy aquí desde hace pocos días y el jardinero siempre se muestra
muy atento y afectuoso conmigo. No lo perderá.
GOETHE,WOLFGANG JOHANN , Werther, https://ciervalengua.files.wordpress.com/2011/01/werther-texto1.pdf
Seleccionado por Paola Moreno Díaz, Segundo de Bachillerato, Curso 2015-2016.
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