viernes, 16 de febrero de 2018

Frankenstein o el moderno prometeo

     No hay nada fantasmal, inexplicable o sobrenatural en la empresa de Victor Frankenstein y en sus consecuencias. Tanto el como su monstruo pertenecen firmemente a una tradición secular,de reflexión sobre el origen de la vida, sobre el conocimiento (entendido también como autoconocimiento) y sobre las implicaciones morales, sociales e individuales, de las propias acciones. El carácter eléctico, voluntariamente anacrónico en algunos casos de las lecturas e intereses de Victor Frankenstein, no impide que este trabaje con los procedimientos del científico tal y como comenzaban a ser establecidos en su época. Por su parte, el mostruo , a diferencia de la imagen que nos ha transmitido el cine, es incluso mas humano que su creador y reacciona, en todas y cada una de las ocasiones, como tal. Como Victor Frankenstein, es un hijo de su época: habla, piensa y actúa en un mundo dominado por el lema kantiano de "átrevete a saber", y sufre sus consecuencias. De echo, es precisamente su capacidad de pensar y de hablar (desafortunadamente escamoteada en las versiones fílmicas) la que le convierte en el personaje mas complejo y rico de la novela, mucho mas capaz que el propio Victor Frankenstein de aceptar, entender y practicar su completa libertad como individuo. Su gigantesca estatura o su fuerza, sus habilidades físicas y mentales)-incluso su fealdad- son plenamente humanas, aunque extraordinarias.
  De las misma manera que se elimina de la historia de Frankenstein toda connotación mágica o fantasmal, se obvia también el recurso a las fuentes de terror religioso habituales en novela gótica. La impiedad de que fue acusada a la novela y el escándalo moral que suscitó provinieron, en parte, como ha señalado G. Levine, de su radical inscripción en un mundo sin Dios y sin religión que respetar, pervertir o transgredir. Simplemente la cuestión religiosa está fuera de de la discusión en Frankenstein. La única referencia a Dios de toda obra la realiza el monstruo, más bien retóricamente y en passant, en su discurso de despedida.
Desde ese punto de vista se aprecia el mejor el alcance de la contribución de Mary Shelley a la secularización, que, en manos del romanticismo, sufrió el mito de Prometeo y El paraíso perdido de John Milton. Mientras en el primero el conflicto básico se producía entre los hombres y los dioses-o sus mediadores-, en Milton es el hombre el sujeto de una pugna entre Dios y Satán por el control de su alma y de su voluntad. En el romanticismo, Prometeo y Satán son elevados al papel de héroes transgresores y sublimes que se enfrentan a una omnipotente e injusta autoridad divina.
En Frankenstein, donde está última lectura y dispersa a la vez en los caracteres del monstruo y de su creador, la fuente del conflicto original se  seculariza e interioriza, definitivamente. Sus personajes habrán de luchar, prioritariamente, consigo mismos y con las consecuencias de sus acciones; con los fantasmas que su propio poder de transgresión y el ejercicio de su libertad han sido capaces de producir.


Mary W. Shelley; ''Frankenstein o El moderno Prometeo''. Editorial; Catedra. Colección 'Catedra letras universales'. Edición; 10ª edición 2016. 353 páginas.

Seleccionado por Grisel Sánchez Barroso, primero de bachillerato, curso 2017-2018

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