Allí, junto a la chimenea, acostumbraba sentarse el anciano y valiente General;
mientras el Inspector, que si podía evitarlo, raras veces tomaba sobre sí la difícil tarea de
entablar con él una conversación, se complacía en quedarse a cierta distancia observando
aquel apacible rostro, casi en un estado de semi somnolencia. Parecía como si estuviera en
otro mundo distinto del nuestro, aunque lo veíamos a unas cuantas varas de nosotros;
remoto, aunque pasábamos junto a su sillón; inaccesible, aunque podríamos alargar las
manos y estrechar las suyas. Era muy posible que allá, en las profundidades de sus
pensamientos, viviera una vida mas real que no en medio de la atmósfera que le rodeaba
en la poco adecuada oficina de un Administrador de Aduana. Las evoluciones de las
maniobras militares; el tumulto y fragor de la batalla; los bélicos sonidos de antigua y
heroica música oída hacía treinta años, tales eran quiza las escenas y armonías, que
llenaban su espíritu y se desplegaban en su imaginación. Entre tanto, los comerciantes y
los capitanes de buques, los dependientes de almacén y los rudos marineros entraban y
salian: en torno suyo continuaba el mezquino ruido que producía la vida comercial y la
vida le la Aduana: pero ni con los hombres, ni con los asuntos que les preocupaban,
parecía que tuviera la mas remota relación. Allí, en la Aduana, estaba tan fuera de su
lugar, como una antigua espada, ya enmohecida, después de haber fulgurado en cien
combates, pero conservando aun algún brillo en la hoja, lo estará en medio de las plumas,
tinteros, pisapapeles y reglas de caoba del bufete de uno de los empleados subalternos.
Había especialmente una circunstancia que me ayudó mucho en la tarea de reanimar
y reconstruir la figura del vigoroso soldado que peleó en las fronteras del Canada, cerca
del Niágara, del hombre de energía sencilla y verdadera. Era el recuerdo de aquellas
memorables palabras suyas; ¡Lo probaré, señor! —pronunciadas en los momentos mismos
La Letra Escarlata Nathaniel Hawthorne
de llevar a cabo una empresa tan heroica cuanto desesperada, y que respiraban el
indomable espíritu de la Nueva Inglaterra. Si en nuestro país se premiase el valor con
títulos de nobleza, esa frase, repito, será el mote mejor, y el mas apropiado, para el escudo
de armas del General.
Hawthorne, Nathaniel, la letra escarlata,
file:///C:/Documents%20and%20Settings/biblioteca/Mis%20documentos/Downloads/NathanielHawthorne-LaLetraEscarlata.pdf. seleccionado por Paola Moreno Díaz, segundo de bachillerato, curso 2015-2016
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