Y el abad le dijo:
''Ánima mía graciosa, no os maravilléis, que por esto no viene la santidad en menosprecio; porque ella está en el ánima y aquello que yo os pido es pecado del cuerpo. Mas, comoquiera que sea, vuestra excesiva belleza ha tenido tanta fuerza, que amor me apremia a que yo esto haga; y en verdad os digo que vos os podéis glorificar de vuestra hermosura más que mujer del mundo, pensando que ella place a los santos, que usan ver las hermosuras del cielo; mirad, pues qué hará a mí que puesto yo sea abad, soy hombre como cualquier otro, y como bien veis yo no soy tan viejo para que hacer esto os sea grave, antes lo debéis desear, porque, entretanto que que Ferondo estará en el Purgatorio, yo os haré compañía haciéndoos, de noche, aquella consolación que él os había de dar, de manera que jamás persona alguna de ello sabidor sea, creyendo cada uno, de mí, aquello que vos, poco antes de ahora, creíais. Por ende, no rehuséis la gracia que Dios os envía; que muchas otras mujeres la desearon alcanzar, y haberla no pudieron, la cual vos, si sanamente tomáis mi buen consejo, podéis haber. Y allende de esto, yo ya tengo muy ricas y preciosas joyas, las cuales yo entiendo que para otra persona no sean salvo para vos. Haced, pues, ánima mía, por mí aquello que yo hago por vos de muy buena gana''
Giovanni Boccaccio, Decamerón, Madrid, Vicens Vives, ed.5, pág 202
Seleccionado por Laura Mahíllo, Segundo de Bachillerato, curso 2012/2013
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