DAMIS: ¡Que me parta un rayo aquí mismo y que por doquier se me trate como al mayor de los bergantes si existe poder alguno o autoridad en el mundo que me detenga y me impida hacer algo sonado!
DORINA: Contened, por favor, vuestro arrebato; hasta ahora, vuestro padre lo único que ha hecho es hablar. No siempre se lleva a cabo lo que uno se propone, y bien sabéis que del dicho al hecho hay mucho trecho.
DAMIS: Ya es hora de poner corto a los manejos de ese fatuo. Voy a decirle cuatro palabras bien dichas.
DORINA: ¡Poco a poco, por favor! Dejad que sea vuestra madrastra quien se encargue de él y de vuestro padre. Ella goza de cierto ascendiente sobre Tartufo, quien se muestra solícito a todo lo que dice, y hasta es posible que sienta cierta inclinación por ella. ¡Ojalá que fuera así! Sería más de lo que podemos pedir. Lo cierto es que, por el afecto que ella os tiene, se ha visto en la obligación de mandarlo llamar para así poder sondearlo acerca de esa boda que tanto os preocupa; pretende conocer sus sentimientos y advertirle de las enojosas complicaciones que se derivarían de seguir él abrigando la esperanza de hacer realidad tales planes. Su criado me haos dicho que está rezando y por eso no he podido verle, pero también me ha asegurado que tenía intención de bajar de un momento a otro. Marchaos, pues, os lo ruego, y dejadme que sea yo quiero lo espere aquí.
DAMIS: Podré estar presente en esa conversación, supongo.
DORINA: ¡De ninguna manera! Es imprescindible que estén los dos solos.
DAMIS: Pero si yo no abriré la boca.
DORINA: Bromeáis. De sobra conocemos vuestros habituales arrebatos; seríais muy capaz de echar a perder el asunto. Marchaos.
DAMIS: ¡No! Lo presenciaré y prometeo no perder los estribos.
DORINA: ¡Qué tercero os ponéis! ¡Mirad, ahí viene!¡Retiraros!
Jean-Baptiste Poquelin. Molière, Tartufo, pág 60 . Selecionado por Beatriz Iglesias, segundo de
Bachillerato. Curso 2012/2013
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