jueves, 27 de abril de 2017

Eneida, Virgilio

LIBRO IV

No el alma infortunada de la reina fenicia.  Ni un instante se rinde al sueño
ni los ojos ni el corazón le embebe la noche. Se le doblan los pesares 
y renace su amor y embravece y se encrespa en un mar de ira.
Empieza dando vueltas y vueltas alma adentro a su pasión,
<<¡Ay! ¿Qué haré? ¿Volveré a mis antiguos pretendientes,
a servirles de mofa y a tratar suplicante de casarme con uno de esos númidas
a los que tantas veces desdeñé por esposos? ¿O seguiré las naves de los teucros
sumisa a sus más duras ordenes? ¿Es que no reconocen complacidos
la ayuda que de mí recibieron? ¿No queda bien grabado en su recuerdo
el agradecimiento al favor que les hice? Pero aunque lo quisiera,
¿me lo permitirán? ¿Acogerán a bordo de sus altivas naves a quien odian?
¡Loca! ¿No ves, no percibes todavía el perjuicio
de la raza de Laomedonte? ¿Qué entonces?
¿Me haré sola a la mala con esos marineros? ¿O, escoltada por mis tirios
y por todas mis tropas, me lanzaré tras ellos?
A unos hombres que arranqué de Sidón a duras penas
¿les forzaré otra vez a bogar por los mares, a desplegar las velas a los vientos?
¡No! Muere como mereces. Corta tus sufrimientos con la espada.
¡Hermana, has sido tú, vencida por mis lágrimas quien primero
has cargado de desdichas a mi alma enloquecida,
y me has puesto a merced de mi enemigo!
¡No haber podido yo vivir libre del yugo del amor una vida sin reproche
como los animales salvajes! ¡No haber cumplido la promesa
que empeñé a las cenizas de Siqueo!>> En tan hondos lamentos
prorrumpía el corazón de Dido.

 Virgilio, Eneida. Barcelona, Editorial Gredos, S.A., Colección Biblioteca Básica Gredos, primera edición, 2000, página 121.
     Seleccionado por Andrea Sánchez Clemente. Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017

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