Capítulo XVIII
Aquél era el gran secreto de Tom: la idea de regresar con sus compañeros en piratería y asistir a sus propios funerales. Habían remado hasta la orilla del Missouri, a horcajadas sobre un tronco, al atardecer del sábado, tomando tierra a cinco o seis millas más abajo del pueblo; habían dormido en los bosques, a poca distancia de las casas, hasta la hora del alba, y entonces se habían deslizado por entre callejuelas desiertas y habían dormido lo que les faltaba de sueño en la galería de la iglesia, entre un caos de bancos perniquebrados.
Durante el desayuno, el lunes por la mañana, tía Polly y Mary se deshicieron en amabilidad con Tom y en agasajarle y servirle. Se habló mucho, y en el curso de la conversación dijo tía Polly:
-La verdad es que no puede negarse que ha sido un buen bromazo, Tom, tenernos sufriendo a todos casi una semana, mientras vosotros lo pasabais en grande, pero ¡qué pena que hayas tenido tan mal corazón para dejarme sufrir a mí de esa manera! Si podías venirte sobre un tronco para ver tu funeral, también podías haber venido y haberme dado a entender de algún modo que no estabas muerto, sino únicamente de escapatoria.
-Sí, Tom, debías haberlo hecho -dijo Mary-, y creo que no habrías dejado de hacerlo si llegas a pensar en ello.
-¿De veras, Tom? -dijo tía Polly con expresión de viva ansiedad-. Dime, ¿lo hubieras hecho si llegas a acordarte?
-Yo..., pues no lo sé. Hubiera echado todo a perder.
-Tom, creí que me querías siquiera para eso -dijo la tía con dolorido tono, que desconcertó al muchacho-. Algo hubiera sido el quererme lo bastante para pensar en ello, aunque no lo hubieses hecho.
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