Nieva. Para que sea un buen día de año nuevo, tiene que nevar.
La señora Lepic ha dejado prudentemente la puerta del patio con el cerrojo echado. Unos chiquillos están ya moviendo el pestillo, golpean abajo, primero discretos, luego hostiles, con los zuecos, y, cansados de esperar, se alejan andando hacia atrás, las miradas todavía en la ventana desde la que los acecha la señora Lepic. El ruido de sus pasos se ahogan en la nieve.
Pelo de Zanahoria salta de la cama, va a lavarse, sin jabón, en el pilón del jardín. Está congelado. Tiene que romper el hielo, y este primer ejercicio expande por todo su cuerpo un calor más sano que el de las estufas. Pero finge mojarse la cara, y, como siempre le dicen que está sucio, aunque se haya aseado a conciencia, sólo se quita los más gordo.
Listo y fresco para la ceremonia, se coloca detrás de su hermano mayor Félix, que está detrás de su hermana Ernestine, la mayor de los tres. Todos entran en la cocina. El señor y la señora Lepic acaban de reunirse allí, sin que lo parezca.
La hermana Ernestine les da un beso y les dice:
-Buenos días papá, buenos días mamá, os deseo un feliz año nuevo, mucha salud y el paraíso al final de vuestros días.
El hermano mayor Félix dice lo mismo, muy rápido, corriendo al final de la frase, y los besa del mismo modo.
Pero Pelo de Zanahoria saca una carta de la gorra. Se lee el sobre cerrado: «A mis queridos dos padres.» No lleva la dirección. Un pájaro de una especie rara, rica en colores, sale como una flecha en una esquina.
Pelo de Zanahoria se la entrega a la señora Lepic, que la abre. Flores abiertas adornan por doquier la hoja de papel, y tanta puntilla la rodea que a menudo la pluma de Pelo de Zanahoria ha caído a los agujeros, salpicando la palabra contigua.
El señor Lepic: ¡Y yo, no tengo nada!
Pelo de Zanahoria: Es para los dos; mamá te la dejará.
El señor Lepic: Así que la quieres más a tu madre que a mí. Entonces, ¡regístrate, para ver si esta moneda nueva de diez céntimos está en tu bolsillo!
Pelo de Zanahoria: Ten un poco de paciencia, mamá ya acaba.
La señora Lepic: Tienes estilo, pero una caligrafía tan mala que no puedo leer.
-Toma papá- dice Pelo de Zanahoria con impaciencia-, te toca ahora.
Mientras Pelo de Zanahoria, poniéndose derecho, espera la respuesta, el señor Lepic lee la carta una vez, dos veces, la examina muy despacio, según su costumbre, hace «¡Ah, Ah!» y la deja encima de la mesa.
Ya no sirve para nada, cuando se acaba el efecto producido. Pertenece a todos. Cualquiera puede ver, tocar. La hermana Ernestine y el hermano mayor Félix la cogen a su vez y buscan en ellas faltas de ortografía. Aquí Pelo de Zanahoria debió de cambiar de pluma, se lee mejor. Luego se la devuelven.
Jules Renard, Pelo de Zanahoria, Madrid, Akal, ed. 4, 2002, páginas 100-101-102
Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, curso 2015-2016
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