viernes, 18 de mayo de 2018

Los viajes de Gulliver, Jonathan Swift

Viaje a Liliput
Libro primero 
Capitulo I


     Poseía mi padre una pequeña hacienda en el condado de Northingham. Yo era el tercero de sus cinco hijos. Cuando cumplí catorce años me envió a Chambridge, al colegio Enmanuel, en el que residí otros tres, enfrascados de lleno en mis estudios. Pero como los gastos de mi mantenimiento (aunque la cantidad a mí asignada era muy exigua) resultaban excesivos para mi fortuna  tan reducida, me vi obligado a entrar como aprendiz del señor James Bates, cirujano eminente de Londres, con quien permanecí cuatro años. Mi padre me enviaba de vez en cuando pequeñas cantidades de dinero que yo empleaba en aprender técnicas de náutica y otras ramas de matemáticas que resultaban de utilidad para quienes tienen la intención de viajar, cosa que desde siempre pensé que se me presentaría la oportunidad de hacer, tarde o temprano. Tras dejar al señor Bates, volví junto a mi padre, allí, gracias a su ayuda, a la de mi tío John, y a la de algunos otros parientes, obtuve cuarenta libras, además de una promesa de otras treinta anuales con que mantenerme en Leiden, donde estudié medicina durante dos años y siete meses, sabiendo lo útil que me habría de ser en mis largos viajes.
     Recién regresado de Leiden, mi maestro, el bueno del señor Bates, me recomendó como cirujano del Golondrina, al mando del cual estaba el capitán Abraham Pannell; con él permanecí tres años y medio, en los que hicimos un par de viajes al Oriente y a otros lugares. A mi vuelta tomé la determinación de establecerme en Londres, alentándome a ello el señor Bates, mi maestro, quien también me recomendó ante algunos parientes suyos. Alquilé parte de una pequeña casa en el barrio de la Judería Vieja, y habiéndoseme aconsejado que me convenía cambiar de estado, me casé con la señorita Mary Burton, la hija segunda del señor Edmund Burton, mercero de la calle Newgate, junto con la cual recibí una dote de cuatrocientas libras.
     Pero como el bueno de mi maestro viniese a morir al cabo de dos años y el número de amigos con que contaba fuera muy escaso, mi activida profecional comenzó a venirse abajo, porque mi pundonor no me permitía imitar las malas artes de muchos de mis colegas. Por ello, después de haber consultado con mi mujer y con algunas amistades, decidí regresar a la mar. fui cirujano en dos barcos sucesivamente, y durante seis años hice varios viajes a las indias Orientales y Occidentales, con lo cual conseguí aumentar mi patrimonio. Ocupaba mis horas de asueto con la lectura de los mejores autores, así antiguos como modernos, provisto como siempre estaba de un buen número de libros; y cuando ponía pie en tierra me dedicaba a observar las costumbres y formas de vida de aquella gente, así como aprender su lengua, cosa que me resultaba muy fácil gracias a la enorme capacidad de mi memoria.
     El último de estos viajes no resulto muy afortunado, por lo que terminé cansado de la mar, de suerte que me propuse quedarme en casa de mi mujer y mi familia. Trasladé mi residencia desde la Judería Vieja a Fetter Lane, y desde ahí a Wapping, con la esperanza de poder prosperar entre los marineros; pero estos planes no se iban a ver cumplido. Después de una espera de tres años en la idea de que las cosas mejorarían, acepté una ventajosa oferta del capitán William Pritchard, patrón de Antílope, que llevaba a cabo un viaje al mar del sur. nos dimos a la vela desde Bristol el 4 de mayo de 1699, y nuestro viaje se presentó al principio muy venturoso.
     no viene al caso, por motivos varios, abrumar al lector con los pormenores de nuestras aventuras por aquellos mares; baste decir, a guisa de información, que en nuestras travesía desde aquí a las indias Orientales nos vimos arrastrados por un violento temporal hasta el noreste de la tierra de Van Diemen. Supimos, tras llevar a cano unos cálculos, que nos hallábamos a 30º y 2 minutos de latitud sur. Doce miembros de nuestra tripulación habían parecido a causa del excesivo trabajo y la mala alimentación, mientras que el resto se hallaba en situación de extrema debilidad. El 5 de noviembre, que es cuando comienza el verano en aquella zona, y encontrándonos envueltos por una espesa niebla, los marineros distinguieron de pronto un escollo a unas cincuenta brazas de distancia del barco. Pero la fuerza del viento era tal que fuimos lanzados directamente contra él, y el barco, al instante se partió en dos. Seis miembros de la tripulación, entre los que me encontraba yo mismo, nos apresuramos para alejarnos del barco y del escollo en el bote que a habíamos echado al agua.


Jonathan Swift, Los viajes de Gulliver, Nilenium, 1713, Milenium, páginas

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018
     

viernes, 4 de mayo de 2018

Cancionero, Francesco Petrarca

PRIMERA PARTE

I

Vosotros que escucháis en sueltas rimas
el quejumbroso son que me nutría
en aquel juvenil error primero
cuando en parte era otro del que soy,

del vario estilo en que razono y lloro
entre esperanzas vanas y dolores,
en quien sepa del amor por experiencia,
además de perdón, piedad espero.

pero ahora bien sé que tiempo anduve
en boca de la gente, y a menudo
entre mí de mí mismo me avergüenzo;

de mi delirio la vergüenza es fruto,
y el que yo me arrepienta y claro vea
que cuando agrada al mundo es breve sueño.

II

Por vengarse con gracia y ligereza,
castigando en un día mil ofensas,
tomó Amor el arco ocultamente,
como el que espera la ocasión propicia.

Estaba mi virtud dentro del pecho
para hacer su defensa allí y en los ojos,
cuando el golpe mortal bajó hasta donde
solía despuntarse todo dardo.

Pero, turbada en el primer asalto,
no tubo fuerzas ni tampoco espacio
para empuñar el arma ante el peligro,

o bien al alto y fatigoso otero
sagazmente apartarme del suplicio
del que hoy quiere, y no puede, liberarme.

III

Era el día en que al sol se la nublaron
por la piedad de su hacedor los rayos,
cuando fui prisionero sin guardarme,
pues me ataron, señora, vuestros ojos.

No creí fuera tiempo de reparos
contras golpes de amor, por ello andaba
seguro y sin sospechas; así mis penas
en el dolor común se originaron.

Hallóme Amor de todo desarmado,
con vía libre al pecho por los ojos,
que de llorar se han vuelto puerta y paso;

pero, a mi parecer, no puede honrarle
herirme en ese estado con el dardo,
y a vos armada el arco ni mostraros.

El que infinita providencia y arte
demostró en su admirable magisterio,
que creó este hemisferio y aquel otro
y a Jove más que a Marte hizo clemente,

viniendo al mundo a iluminar escritos
que la verdad habían ocultado,
apartó de la red a Juan y a Pedro,
y en el reino del cielo les dió parte.

De sí naciendo a Roma no hizo gracia,
mas si a Judea, porque siempre quiso
exaltar la humildad sobre otro estado;

y ahora un sol nos ha dado en una aldea,
y dan gracias el sitio y la natura
donde mujer tan bella vino al mundo.



Francesco Petrarca, Cancionero,Catedra, (1444-1482), Letras universales, páginas:  31-33-35-37

Seleccionado por: Jorge Egüez Yabita, primero de bachillerato, curso 2017-2018