¡A ti, Madre Asia, te saludo!
...bajo la sombra de los bosques legendarios
descansas y rememoras tus hazañas.
Yo también, Asia, ebrio de fuerzas
Y no tan sólo por mi fuerza, cuando plena del fuego celestial
Lanzabas, milenaria, un inmenso grito de alegría,
Tan poderoso
Que en nuestros oídos todavía resuena
Aquella voz ¡Oh Milenaria!...
...pues para rendirte homenaje
recibí el genio de aquellos antes quienes
como del monte sagrado...
Mas hoy descansas y esperas
Que algún pecho viviente
Te haga llegar el eco de su amor
...con las ondas del Danubio
cuando desde la cima baja y va
hacia el Oriente, buscando un cauce
y transportando las embarcaciones.
Impulsado por este oleaje poderoso
Llego a tu lado
Y antes de que ocurra lo debido,
Yo te lo anuncio desde lejos y te digo: ...
Pues igual que el órgano
De majestuosos acordes brota
En pura ondas de los inagotables tubos,
En la sagrada nave,
Así el Preludio, desde la mañana,
Resuena y nos despierta,
Y luego, poco a poco, de bóveda en bóveda,
El melódico torrente derrama su frescura
Hasta que lleno de entusiasmo,
Aún en sus rincones de fría sombra,
Esta Casa por fin se despierta,
Y a su encuentro subiendo
Como hacia el sol de esta fiesta,
Responde el coro de los fieles;
Así el Verbo nos llegó del Oriente.
Y en los peñascos del Parnaso,
Sobre las laderas del Citerón,
Escucho el eco de tu voz ¡Oh Asia!,
Que en el Capitolio se rompe.
Y de pronto, desde lo alto de los Alpes,
Se despeña sobre nosotros
la Extranjera,
la que Despierta
la Voz que forma a los humanos.
Al principio el estupor heló las almas
de todos los presentes y la sombra
cubrió los ojos de los mejores.
Pero grande es el poder del hombre
y con su arte domina el oleaje, las rocas
y el ímpetu del fuego,
y aunque la espada no rehuye en su audacia,
el fuerte cae de rodillas
ante la presencia del divino
y casi semejando a la fiera
que llevada por su gozosa juventud
ronda sin tregua en la montaña,
sintiendo en el ardiente mediodía
la plenitud de su pujanza.
Pero cuando declina la sagrada luz
entre los jugueteos de las brisas,
y cuando su alegre espíritu
llega a la tierra venturosa, entonces
el animal cae vencido
por el cúmulo de bellezas repentinas
y se adormece a medias,
antes de que aparezcan las estrellas.
Tal como a nosotros nos ocurre.
Pues más de uno ha visto
apagarse la luz de sus ojos
antes de la llegada de esos dones divinos;
regalos de los dioses, traídos
de Jonia y también de Arabia. Y las almas
de esos dormidos
nunca disfrutaron de las caras enseñanzas
ni de los cantos deliciosos.
Algunos, sin embargo, velaban.
Y a menudo se complacían caminando
entre vosotros -¡oh habitantes de bellas ciudades!-
en los torneos, donde el héroe de antaño,
tomaba invisible asiento
y misteriosamente con los poetas
contemplaba los gladiadores,
y él, el celebrado,
con una sonrisa celebrada [celebraba?]
los graves juegos de estos niños.
Era, y es todavía,
un inmenso intercambio de amor.
Y aunque separados, unos a otros
el pensamiento nos reúne,
-oh dichosos habitantes del Istmo-
y en las orillas del Cefiso
y en las pendientes del Taigeto,
nuestro pensamiento va hacia vosotros,
antiquísimos valles del Cáucaso,
distantes paraísos,
y a tus patriarcas y profetas
y a tus valientes -¡oh Madre Asia!-,
que sin temer los presagios del universo
y cargando sobre los hombros
el cielo y todo el peso del destino,
día tras día se arraigaron en la montañas
y lo primeros
supieron hablar
a solas con Dios. ¡Que descansen!
Pero si vosotros, los antiguos,
y hay que decirlo,
no supisteis de dónde os vino ese mensaje,
nosotros, obligados por necesidad divina,
-¡oh Naturaleza!- te diremos
de dónde surge fresco,
como al salir del baño lustral,
cuanto hay en el mundo de divino.
Pues vamos casi como huérfanos.
Y aunque todo está como antes,
ya no hay igual solicitud. Pero los jóvenes
que guardaron el recuerdo de la infancia,
no se sienten extraños en la casa.
Viven de modo triple, como viven
Los primogénitos del cielo,
Y no en vano
La lealtad [fidelidad, Treue] fue implantada en nuestras almas[1].
Vela por nosotros, pero también
por lo que os pertenece, santuarios,
armas del Verbo, que al separaros
nos habéis dejado,
hijos del Destino, ¡a nosotros, los más torpes!
como que estáis presentes –oh amables Genios-.
Y a menudo, cuando la santa nube rodea
a uno de nosotros, estupefactos,
no adivinamos el sentido.
Mas vosotros endulzáis nuestro aliento
con vuestro néctar y así
lanzamos gritos de alegría o bien
una ensoñación se apodera de nosotros.
Pero si hay uno a quien amáis en demasía,
no descansará hasta llegar hasta vosotros.
Entonces, genios bienhechores,
envolvedme con tenues velos
para que pueda demorarme un poco más,
pues todavía hay muchas cosas que cantar.
Y ahora, entre deliciosas lágrimas,
mi canto se termina
como una fábula de amor.
Tal es lo que sentí, enrojeciendo
y palideciendo, desde las primeras notas.
Pero así ocurre siempre.
Johann Christian Friedrich Hölderlin, Poesía completa, Barcelona: Río Nuevo, 1979. Edición bilingüe, trad. Federico Gorbea. Tomo II, pp.87-93. Seleccionado por Cristina Perianes Calle, segundo de Bachillerato, curso 2009-2010)
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