Aparecieron dos jóvenes en el patio de butacas. Quudáronse de pie, mirando.
-¿Que te decía yo, Hector? -exclamó el mayor, un mozo alto con bigotillo negro-. Llegamos demasiado temprano. Ya podías dejar que acabara de fumarme el puro.
Pasó una acomodadora.
-¡Oh, señor Fauchery! -dijo con familiaridad-. Si todavía tardrá media hora en empezar.
-Pues, ¿por qué ponen a las nueve? -murmuró Hector, cuya cara, larga y flaca, cobró una expresión de enfado-. Clarisse, que sale en la obra, me ha jurado esta misma mañana que empezaban a las ocho en punto.
Estuvieron un rato callados, levantando la cabeza e intentando escrutar la sombra de los palcos. Pero el papel verde que los tapizaba los hacía más oscuros aún. Los de platea, debajo del anfiteatro, estaban sumidos en una noche absoluta. En los del primer piso, no había más que una señora gorda, recostada sobre el tercio pelo de la barandilla.
Émile Zola, Nana,Barcelona. Editorial Planeta S.A. Año 1985. Página 3.
Seleccionado por Javier Muñoz Castaño, segundo de bachillerato curso 2011-2012.
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