jueves, 12 de abril de 2012

Otra vuelta de tuerca "Capítulo 12", Henry James

A la luz del día, la especial impresión que yo había recibido la noche anterior no afectó de un modo particularmente profundo a la señora Grose, aunque intenté impresionarla con la mención de otro comentario hecho por el pequeño Miles antes de separarnos.
-Todo está contenido en unas pocas palabras -le dije a mi amiga-; palabras que verdaderamente aclaran el asunto: «¡Piense en lo que yo podría hacer si quisiera!», me dejó caer para que yo viera lo bueno que es. Él sabe perfectamente lo que «podía hacer». Y en el colegio les debió de mostrar ya un anticipo.
-¡Señor, cómo ha cambiado usted! -exclamó mi amiga.
-No he cambiado..., sencillamente me esfuerzo por entender. Los cuatro implicados, no le quepa la menor duda, se reúnen constantemente, Si hubiera usted estado con uno de los niños cualquiera de estas últimas noches, lo habría entendido con toda claridad. Cuanto más los vigilo y más espero, más me convenzo de que así son las cosas, aunque solo sea por el sistemático silencio de los niños. Nunca, ni siquiera en un momento de descuido, han hecho la menor alusión a sus antiguos amigos, como tampoco Miles ha mencionado nunca su expulsión. Sí, claro, podemos quedarnos aquí y contemplarlos, y ellos exhibirse hasta decir basta; pero incluso mientras fingen estar perdidos en su cuento de hadas, siguen inmersos en la visión de los muertos que han vueltos a hacerles compañía. Miles no lee para Flora -afirmé-; hablan de ellos..., ¡están hablando de cosas horribles! Ya sé que me comporto como si hubiera perdido la cabeza;y es un milagro que no haya sido así. Usted se habría vuelto loca en mi lugar si hubiera visto lo que yo he visto; pero en mi caso sólo ha servido para proporcionarme mayor lucidez, ha hecho que me dé cuenta además de otras cosas.
Mi lucidez debía de parecerle abominable a la señora Grose, pero las encantadoras criaturas que eran sus víctimas y que pasaban por delante una y otra vez, cariñosamente entrelazadas, proporcionaban a mi colega algo en que apoyarse; y sentí hasta qué punto lo hacía cuando, sin dejarse dominar por el ímpetu de mi pasión, me preguntó sin apartar los ojos de ellos:
-¿De qué otras cosas se ha dado usted cuenta?
-Pues de las mismas cosas que me han encantado y fascinado, pero que, sin embargo, tal como advierto ahora extrañamente, en el fondo me han desconcertado y preocupado. Esa belleza que no es de este mundo, esa bondad que no tiene en absoluto nada de normal... Es un juego -proseguí-; ¡es una táctica y un engaño!
-¿Un fraude de esos niños tan encantadores...?
-Parecen adorables, ¿verdad? ¡Sí, por absoluto que parezca! -el hecho mismo de sacar a la luz lo que estaba pensando me ayudaba de verdad a seguir la pista, a volver atrás, a ordenar todas las piezas-. No es que hayan sido buenos...; es que estaban ausentes. Ha sido tan fácil convivir con ellos porque viven su propia vida. No son míos..., no son nuestros. ¡Son de él y de ella!
-¿De Quint y de esa mujer?
-De Quint y de esa mujer. Quieren dominarlos.
Al oír aquellos, ¡cómo se dedicó a mirarlos la pobre señora Grose!
-Pero ¿por qué?
-Por todo el mal que, en aquellos días terribles, inculcó esa pareja en ellos. Y para seguir manejándolos con ese mismo mal, para seguir adelante con su obra demoníaca, que es lo que les hace volver.

(Henry James, Otra vuelta de tuerca, "Capítulo 12", Madrid, ed. Bruño, col. Clásicos Juveniles, 2011, págs. 110-112, Seleccionado por Luis Francisco Galindo Cano, curso 2011-2012, Segundo de Bachillerato)

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