Olvidé deciros, lector, que Jacques no salía nunca sin una cantimplora llena del mejor vino; la llevaba colgada del arzón de su silla. Cada vez que el amo interrumpía su relato con alguna pregunta un poco premiosa, Jacques desataba su cantimplora, bebía un trago a chorro y no la dejaba en su sitio hasta que su amo había terminado de hablar. También olvidé que en cuantos casos requerían reflexión, el primer movimiento de Jacques era consultar con su cantimplora; y si había que resolver una cuestión de moral, discutir sobre un hecho, preferir un cambio a otro, iniciar, proseguir o abandonar un negocio, sopesar las ventajas y desventajas de una operación política, de una especulación comercial o financiera, el acierto o desacierto de una ley, el desenlace de una guerra, la elección de alojamiento y, en la posada, la elección de alojamiento y, en la posada, la elección de habitación y, en la habitación, la elección de un lecho, sus primeras palabras eran:
Denis Diderot, Jacques el fatalista, págs 263- 264editorial planeta, texto seleccionado por Beatriz Iglesias, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013
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