viernes, 15 de marzo de 2013

Jacques el fatalista, Denis Diderot

Jacques y su amo pasaron el resto del día sin abrir la boca. Jacques tosía y su amo decía: <¡Qué tos más mala!>; miraba luego la hora en su reloj, sin enterarse, abría su tabaquera sin darse cuenta y aspiraba su porción de tabaco sin sentirlo. La prueba de esa distacción es que lo repetía tes o cuatro veces seguidas y por ese mismo orden. Un rato después, Jacques volvía a toser, y el amo volvía a decir: <¡Demonio de tos! Así te pimplaste tú el vino de la mesonera hasta el gargabero... y anoche, con el secretario, tampoco te anduviste con chiquitas: al subir ibas tembaleándose y no sabías lo que decías, y en el día de hoy has hecho diez paradas, apuesto a que no queda una gota de vino en tu cantimplora...> Luego murmuraba entre dientes, miraba su reloj y daba un poco de gusto a su nariz.
Olvidé deciros, lector, que Jacques no salía nunca sin una cantimplora llena del mejor vino; la llevaba colgada del arzón de su silla. Cada vez que el amo interrumpía su relato con alguna pregunta un poco premiosa, Jacques desataba su cantimplora, bebía un trago a chorro y no la dejaba en su sitio hasta que su amo había terminado de hablar. También olvidé que en cuantos casos requerían reflexión, el primer movimiento de Jacques era consultar con su cantimplora; y si había que resolver una cuestión de moral, discutir sobre un hecho, preferir un cambio a otro, iniciar, proseguir o abandonar un negocio, sopesar las ventajas y desventajas de una operación política, de una especulación comercial o financiera, el acierto o desacierto de una ley, el desenlace de una guerra, la elección de alojamiento y, en la posada, la elección de alojamiento y, en la posada, la elección de habitación y, en la habitación, la elección de un lecho, sus primeras palabras eran: Y su última opinión:


Denis Diderot,  Jacques el fatalista,  págs 263- 264editorial planeta, texto seleccionado por Beatriz Iglesias, segundo de Bachillerato, curso 2012/2013

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