[El mismo lugar]
Entra un capitán.
CAPITÁN. ¡Romanos, dejad paso! El buen Andrónico, protector de la virtud, el mejor campeón de Roma, triunfante en las batallas que pelea, ha vuelto con honor y con fortuna desde donde ha cercado con su espada y sujetado al yugo a los enemigos de Roma.
Tocan tambores y trompetas, y luego entran Marcio y Mucio; detrás de ellos, dos hombres llevando un ataúd cubierto de negro; luego Lucio y Quinto. Después de ellos, Tito Andrónico, y luego Tamora, con Alarbo, Demetrio, Quirón, Aarón y otros godos, prisioneros; siguiéndoles Soldados [todos los que puedo haber]. Dejan en el suelo el ataúd y habla Tito.
TITO. ¡Salve, Roma, victoriosa en tus ropàjes de lujo! Miro; como el barco que, descarga su mercancía, vuelve con precioso flete a la bahía de donde levó anclas, así viene Andrónico, ceñido de ramas de laurel, para saludar otra vez a su país con sus lágrimas, lágrimas de verdadero gozo por su regreso a Roma. ¡Tú, gran defensor de este Capitolio, preside benévolo los ritos que vamos a hacer! ¡Romanos, de veinticinco valerosos hijos, la mitad del número que tuvo el rey Príamo, observad los escasos restos, muertos y vivos! Los que han sobrevivido, que Roma les premie con amor; a los que traigo a su última morada, que les premie sepultándoles entre los antepasados. Aquí los godos me han dejado envainar la espada. Tito, cruel y descuidado para con los tuyos, ¿por qué consientes que tus hijos, aún sin enterrar, se ciernan sobre la temible orilla del Estigio?
William Shakespeare, Tito Andrónico, Escena II, editorial planeta, texto seleccionado por Esther Hernández Calvo, segundo de Bachillerato, curso 2012/13
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