lunes, 21 de octubre de 2013

La Metamorfosis, Kafka_Franz

       La grave herida de Gregor, de la que tardó más de un mes en recuperarse -la manzana siguió incrustada en su carne como un recuerdo visible, ya que nadie se atrevía a retirarla-, parecía haber hecho recordar, incluso al padre, que Gregor era, a pesar de su triste y repugnante aspecto actual, un miembro de la familia a quien no se podía tratar como a un enemigo y que era el deber de la familia reprimir la repulsión y tener resignación, nada más que resignación.
       Y aunque Gregor había perdido a causa de su herida, y probablemente para siempre, parte de su movilidad y, de momento, necesitaba largos minutos para atravesar su habitación, como un viejo inválido     -trepar por la pared impensable-, obtuvo por este empeoramiento de su estado un compensación, según él, completamente suficiente, por el hecho de que siempre al anochecer la puerta del cuarto de estar, que él solía observar atentamente una o dos horas antes, se abría, de manera que, echado en la oscuridad de su habitación, podía escuchar sin ser visto, por así decirlo, con el permiso general, es decir, de una manera muy distinta de la de antes, a toda la familia que charlaba alrededor de la mesa iluminada.


Franz Kafka, La Metamorfosis. Capítulo 3, Acento Editorial, Madrid, 1998, páginas 66-67. Seleccionado por: Paloma Montero Jiménez, segundo de bachillerato, curso 2013/2014.

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