lunes, 16 de diciembre de 2013

Amores, Ovidio

       "Era de noche y el sueño me hizo cerrar los ojos cansados. Entonces aterrorizaron mi espíritu las visiones que diré a continuación. Al pie de un cerro soleado se erguía un bosque sagrado pobladísimo de encinas y muchos pájaros se ocultaban entre sus ramas. Debajo había una muy verde extensión cubierta por una pradera de césped, húmeda del rocío del agua que resonaba suavemente. Yo mismo esquivaba el calor bajo las ramas de los árboles, pero incluso bajo el ramaje hacía calor. Veo venir, en pos de las hierbas salpicadas de flores variadas, una vaca blanca que se paró ante mis ojos: más blanca que la nieve cuando ha caído y está reciente, y todavía no ha tenido tiempo de convertirse en líquida agua; más blanca que la leche que aún blanquea con borbolleante espuma y acaba de dejar enjuta a la oveja. Un toro la acompañaba, su feliz pareja, y se echó sobre el blando suelo junto con su compañera.
       Mientras estaba tumbado y rumiaba parsimoniosamente las hierbas volviéndolas a mascar y comiendo por segunda vez el alimento que había comido antes, me pareció que había apoyado en el suelo su cornígera cabeza, porque el sueño le había privado de fuerzas para sostenerla.
       A ese lugar llegó volando por los aires con alas ligeras una corneja y se posó parloteando en el verde suelo. Por tres veces escarbó con su pico audaz en el pecho de la vaca color de nieve y le arrancó mechones de pelo blanco.
       Ella, después de algún tiempo de duda, dejó aquel lugar y al toro, pero ya tenía una obscura mancha en el pecho. Y cuando vio desde lejos toros pastando (pues unos toros pastaban a lo lejos en la herbosa dehesa), marchosé rápida hacia ellos, se juntó a la manada y buscó un suelo de hierba más abundante.



Ovideo, Amores, Libro III, Capítulo 5, Madird, editorial Gredos, S.A.,colección Biblioteca básica de Gredos, 2001, páginas 105-106. Seleccionado por: Paloma Montero Jiménez,segundo de bachilletaro, curso 2013-2014.

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