lunes, 14 de diciembre de 2015

Los novios, Alessandro Manzoni

CAPÍTULO XI
Como los perros, después de haber corrido inútilmente una liebre, vuelven al lado de su amo jadeando, con la cola caída y las orejas gachas, del mismo modo en aquella alborotada noche volvieron los bravos al palacio de don Rodrigo. Éste estaba a oscuras, dando paseos en una pieza deshabitada del último piso, que daba a la explanada. Parábase de cuando en cuando a oír y mirar por las rendijas d las toscas ventanas con gran impaciencia y no sin inquietud, no tanto por lo dudoso del éxito, cuanto por las consecuencias que pudieran muy bien tener, porque la empresa era la más grave y arriesgada que hasta entonces había intentado el audaz caballero. Sin embargo, se iba animando con las precauciones que se habían tomado para que no quedase indicio alguno del hecho. "En cuanto a las sospechas- pensaba-, me río de ellas.Quisiera saber quién será el valiente que se atreva a venir aquí, para averiguar si hay o no una muchacha. Que venga cualquiera, que será bien recibido. Que venga el fraile, que venga. ¿La vieja? La vieja, que vaya a Bérgamo. ¿La justicia? ¡Qué la justicia! El podestá no es ni un muchacho, ni un loco. ¿Y en Milán? ¡Milán! ¿quién se cuida en Milán de tales gentes? ¿Quién le dará oídos?Nadie sabe siquiera que existen; son como gentes perdidas sobre la haz de la tierra; ni tienen siquiera un amo que pueda clamar por ellas. ¡Vaya, vaya, fuera miedo! ¡Cómo se quedará por la mañana el conde Attilio! Ahí verá si soy yo hombre de chapa. Y además... si hubiese algún tropiezo...¿Qué sé yo?... Si algún enemigo quisiese aprovechar la ocasión... En ello se interesa el honor de toda la familia."

Alessandro Manzoni, Los Novios, texto seleccionado por Edith González Ramos, primero de bachillerato, curso 2015-2016

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