LVIII
CANCIÓN DE SIESTA
Aunque tus cejas malignas
te den un aspecto raro
que no es propio de un ángel,
bruja de ojos tentadores,
frívola mía, te adoro,
oh mi terrible pasión,
con la devoción que siente
un sacerdote por su ídolo.
Los desiertos y los bosques
aroman tus trenzas ásperas,
y hay en tu rostro expresiones
del enigma y del secreto.
Ronda el perfume tu carne
como en torno a un incensario,
y hechizas como el crepúsculo,
ninfa tenebrosa y cálida.
¡Ah, los filtros más intensos
no son como tu pereza,
y dominas la caricia
que resucita a los muertos.
Hay amor en tus caderas
por tu espalda y por tus pechos,
y cautivas los cojines
con tus lánguidas posturas.
A veces para calmar
tu misterioso furor,
prodigas, siempre muy seria,
la mordedura y el beso;
me desgarras, oh morena,
con una risa burlona,
y ojos suaves como lunas
posas sobre el corazón.
Bajo el zapato de raso,
bajo tus pies hechos seda,
pongo toda mi alegría,
lo que es mi genio y destino,
el alma mía curada
por ti, oh luz y color.
¡Oh caluroso estallido
en mi Siberia negrísima!
Charles Baudelaire, Las flores del mal, Barcelona, Editorial Planeta, Clásicos Universales Planeta, 1987, pág. 83-84.
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez ,Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.
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