Mi padre nada me dejo y a mi madre hace dos años que he dejado de alimentarla porque murió; y no tengo hijos todavía que se cuiden de mí. Poseo un oficio que poco puede ayudarme: lo ejerzo ya con dificultades yo solo no puedo conseguir a alguien que vaya a continuarlo. No tengo mas ingresos que este: si me lo quitáis correría el peligro de caer en el peor infortunio. Por tanto, consejeros, cuando podéis salvarme con justicia, no me arruinéis injustamente, ni lo que me disteis cuando era mas joven y virgoso vayáis a quitármelo cuando soy mas viejo y débil; ni quienes antes teníais fama de ser muy compasivos incluso con los que no tenia mal alguno, vayáis ahora por culpa de esta a tratar severamente a quienes son dignos de lastima incluso para sus enemigos; ni por atreveros a perjudicarme a mi, vayáis a sumir en el desanimo también a quienes se encuentran en situación parecida a la mía. Y es que seria extraño, consejeros, el que, cuando me desgracia era simple, entonces se me viera recibir este dinero; y que, en cambio, me vea privado precisamente ahora que tengo encima a la vejez, las enfermedades y cuantas calamidades les acompañan. Creo que el acusador podría mostraros mejor que nadie la magnitud de mi pobreza: si yo fuera nombrado corego para el concurso trágico y lo requiriese para un intercambio de bienes, el preferiría diez veces ser corego antes que realizar el intercambio una sola. Conque ¿cómo no va a ser terrible el que ahora me acuse de que pueda tratar en pie de igualdad con los mas ricos debido a mi desahogo económico, pero si sucediera algo de lo que digo me juzgaría tal como soy?¿Hay algo más perverso?
Lisias, En favor del Invalido. Madrid, ed. Biblioteca Básica Gredos, col. Discursos II, pág. 156.
Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato. Curso 2016-2017.
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