jueves, 1 de diciembre de 2016

Tom Sawyer, Mark Twain.

Capítulo VIII.

   Tom se escabulló de aquí para allá por entre callejas hasta apartarse del camino de los que regresaban a la escuela, y después siguió caminando lenta y desmayadamente. Cruzó dos o tres veces un regato, por ser creencia entre los chicos que cruzar agua desorientaba a los perseguidores. Media hora después desapareció tras la mansión de Douglas, en la cumbre del monte, y ya apenas se divisaba la escuela en el valle, que iba dejando atrás. Se metió por un denso bosque, dirigiéndose, fuera de toda senda, hacia el centro de la espesura, y se sentó sobre el musgo, bajo un roble de ancho ramaje. No se movía la menor brisa; el intenso calor de mediodía había acallado hasta los cantos de los pájaros; la naturaleza toda yacía en un sopor no turbado por ruido alguno, a no ser, de cuando en cuando, por el lejano martilleo de un picamaderos, y aun esto parecía hacer más profundo el silencio, la obsesionante sensación de soledad. Tom era todo melancolía y su estado de ánimo estaba a tono con la escena.









Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer, Madrid, BIBLIOTEX, S.L, páginas 54-55.
Seleccionado por Marta Talaván González, Primero de Bachillerato. Curso 2016/2017.



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