A la una y media fui a ver a Van Norden, como habíamos quedado. Me había avisado de que, si no respondía querría decir que estaba durmiendo con alguien, probablemente con su gachí Georgia.
El caso es que allí estaba, cómodamente arrebujado, pero con su aspecto de cansancio habitual . Se despierta maldiciéndose, o maldiciendo su trabajo,o maldiciendo su vida. Se despierta totalmente aburrido y frustrado, disgustado de pensar que no ha muerto durante la noche.
Me siento junto la ventana y lo animo todo lo que puedo. Es una tarea tediosa. La verdad es que hay que engatusarlo para que salga de la cama. Por la mañana - para él la mañana va de la una a las cinco de la tarde -, por la mañana, como digo, se entrega a los ensueños. Sobre todo, sueña con el pasado. Con sus <>. Se esfuerza por recordar lo que sentía, lo que decían en determinados momentos críticos, donde se las tiraba, etcétera. Mientras esta ahí echado sonriendo y maldiciendo mueve los dedos de ese modo suyo, tan curioso y aburrido, como para dar la impresión de que su hastío es demasiado intenso para expresarlo en palabras. Sobre la cama cuelga un irrigador que guarda para los casos de urgencia: para las vírgenes a las que persigue como un sabueso. Incluso después de haberse acostado con una de esas criaturas míticas, sigue llamándola virgen, casi nunca por su nombre.
Henry Miller, Trópico de Cáncer, colección S.A. traducida por ediciones Alfaguara, publicada en 2000 , Mostoles, Madrid, página 97.
seleccionado por Andrea Martín Bonifacio, primero de bachillerato, curso 2016- 2017.
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