jueves, 16 de marzo de 2017

El Asno de Oro, Apuleyo


Libro XI

14. Yo, estupefacto, atónito, sin decir palabra e inmovil, no podía con la felicidad tan repentina y tan completa que sentía. Ante todo, ¿que podria decir y como empezar? ¿De donde sacaria un exordio para estrenar mi voz? ¿Que palabras serian de feliz augurio con ocasion de haber recobrado el lenguaje? ¿Que términos serian bastante elocuentes para expresar mi agradecimiento a la agusta diosa?
     El propio sacerdote, bien enterado, por divina inspiración, de toda la serie de mis desgracias, aunque no por ello menos conmovido el tambien ante el insigne milabro, mandó, por gestos, que ante todo se me diera un manto de lino para cubrirme; pues en cuanto el asno me habia quitado de encima su nefado envoltorio, yo me habia encogido y aplicado las manos estrechamente como velo natural para cubrir mi desnudez en la medida de lo posible.
     Entones, uno de los que integraban la piadosa escolta se quitó sin vacilar su túnica exterior y me la echó instantáneamente encima. Después de esto, el sacerdote, con ademán de inspirado y excesión verdaderamente sobrenatural, extasiado en mi presencia, habla en los siguientes terminos...



       Apuleyo, El Asno de Oro. Madrid. Biblioteca Clásica Gredos, Edicion: 1978. Pag 301.
       Seleccionado por Javier Arjona Piñol. Primero de bachillerato, curso 2016-2017.

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