Erase una muchacha holgazana que no quería hilar; y ya podía decir su madre cuanto quisera, que le era imposible obligarla a hacerlo. Hasta que un día, la ira y la impaciencia exasperaron tanto a la madre que comenzó a pegar a la hija, que se echó a llorar desesperadamente. Acertó a pasar por allí en ese momento la reina, quien, al oír los llantos, ordenó detener su carroza, entró en la casa y le preguntó a la madre por qué pegaba de tal forma a su hija que los gritos tenían que escucharse por toda la calle. Pero a la mujer le dio vergüenza el tener que revelar la holgazanería de su hija y mintió:
-Nada puedo hacer para que deje de hilar; no hace más que hilar todo el santo día; y yo soy pobre y no puedo comprar tanto lino.
A lo que respondió la reina:
-No hay nada que me guste más que el oír hilar, y nada que me proporcione tanto placer como el zumbido de las ruecas. Dadme a vuestra hija para que me la lleve a palacio; tengo lino más que suficiente; ¡que hile allí tanto como quiera!
La madre se alegró de todo corazón, y la reina se llevó a la hija. Cuando llegaron a palacio, la condujo a a tres alcobas de una torre que estaban abarrotadas del más hermoso lino, en montones que llegaban hasta el techo.
Hermanos Grimm,Cuentos de los hermanos Grimm, Las tres hilanderas, Alianza editorial. Texto seleccionado por Eduardo Montes, segundo de Bachillerato curso 2012/2013.
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