Comencé a observar el movimiento regular de cada estación lluviosa o seca, y aprendí a preverlas y a tomar las precauciones necesarias; pero ese estudio me costó caro,y lo que voy a referir es una de las experiencias que me desanimó más. He dicho ya que había conservado un poco de cebada y arroz que había crecido de un modo casi milagroso; poco más o menos, tendría unas treinta espigas de arroz y unas veinte de cebada. Creí que pasada la estación de las lluvias sería el momento propicio para sembrar, entrando el Sol en el solsticio de verano y alejándose de mí.
Cavé,pues, del mejor modo que pude y supe con mi azadón de madera un tozo de tierra, en la cual hice dos divisiones, y empecé a sembrar el grano. Afortunadamente, en medio de la operación se me ocurrió que sería conveniente no sembrarlo todo en primera vez, pues ignoraba cuál fuera estación más propia para la siembra; no aventuré, pues, más que las dos terceras partes de mi grano, reservando poco más de un puñado de cada especie.
Fue una sabía precaución. De todo lo que había sembrado no germinó ni un solo grano, porque los meses siguientes formaban parte de la estación seca, y se hallaba la tierra privada de agua, y faltó la humedad necesaria para germinar la semilla. Nada, pues, germinó entonces ; pero cuando vino la estación lluviosa, vi crecer aquellos granos como si acabase de sembrarlos.
Viendo que mi primera siembra había tenido mal éxito, y comprendiendo que la sequía era la única causa,busqué un terreno húmedo para hacer un segundo ensayo. Cavé una pieza de de tierra cerca de mi tienda, y sembré el resto del grano en el mes de febrero, un poco antes del equinoccio de primavera. Esta siembra, humedecida con las aguas de marzo y abril, salió perfectamente, y dio muy buena cosecha ; pero como había empleado no más que una parte de la semilla que tenía en reserva, no queriendo aventurarla toda, recogí no más que una pequeña cosecha, cerca de un celemín mitad de arroz y mitad de cebada. Por lo demás, aquella prueba me había hecho muy experto en la materia : yo sabía ya cuando era necesario sembrar, y había descubierto que podía hacer en el año dos siembras y dos recolecciones.
Daniel Defoe, Aventuras de Robinsón Crusoe. Cápitulo VII. Espasa-Calpe, Madrid, 1981, páginas 98-99. Seleccionado por Laura Tovar García, segundo de bachillerato,curso 2013-2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario