lunes, 11 de noviembre de 2013

El grillo del hogar, Dickens_Charles

       El reloj holandés del rincón daba las diez cuando el recado tomaba asiento junto a la chimeneas de su casa. Estaba tan turbado y tan lleno de aflicción y de congoja que pareció asustar al cuco, el cual, abreviando sus diez melodiosos avisos todo lo posible, volvió precipitadamente al interior de su palacio moruno y cerró de golpe tras él su puertecilla, como si el inusitado espectáculo fuera algo demasiado fuerte para sus sentimientos.
       Si el segadorcito hubiera estado armado con la más afilada de las guadañas y hubiera llegado en cada envite al corazón del recadero, jamás se lo habría partido y herido como Dot lo había hecho.
       Porque era un corazón tan lleno de amor por ella, tan ligado y unido a ella por innumerables hilos de recuerdos cautivadores, forjado en la demostración cotidiana de sus muchas cualidades de mujer hacendosa; un corazón en el que ella había entronizado tan dócil, tan puro y tan sincero en su Verdad, tan firme en el bien, tan flojo para el mal, que al principio no fue capaz de abrigar sentimientos pasionales ni de venganza, y sólo había sitio en él para albergar la quebrantada imagen de su ídolo.
       Pero luego, lenta, muy lentamente, sentado el recadero al borde de su hogar, ahora frío y oscuro, con sus cavilaciones empezaron a surgir en su alma otros pensamientos más violentos, como un viento enfurecido que se levanta en la noche. El forastero estaba allí mismo, bajo su propio techo ultajado. Tres pasos le llevarían  ante la puerta de su cuarto. De un solo golpe la echarían abajo."Podríais perpetrar un asesinato antes de daros cuenta", había dicho Tackleton.¿Cómo iba a ser un asesinato, si le daba al canalla la oportunidad de enzarzarse con él a brazo partido, y si de los dos, era el otro más joven?
       Era una idea inoportuna, mala para el humor tétrico que lo dominaba. Una idea inesperada por la cólera, acicate para un acto de venganza que transformaría la casa, tan alegre hasta entonces, en un lugar maldito que evitarían de noche los viandantes solitarios, por miedo a las apariciones, y donde los más medrosos verían sombras peleando en las ruinosas ventanas cuando palideciera la luna, y oirían ruidos estremecedores en medio de la tempestad.
       ¡El otro era el más joven! Sí, claro; algún galán que había conquistado el corazón que él, en cambio, jamás había conmovido. Algún galán que la había enamorado en su juventud, objeto de sus pensamientos y de sus sueños y por el que había venido suspirando y suspirando, mientras él imaginaba tan feliz a su lado. ¡Qué tortura pensarlo!



Charles Dickens, El grillo del hogar. Tercer canto del grillo, Acento Editorial, Madrid, 1998, páginas 101-103. Seleccionado por: Paloma Montero Jiménez, segundo de bachillerato, curso 2013/2014.

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