lunes, 10 de noviembre de 2014

Virgilio, Geórgicas

       Libro IV
     Prosiguiendo cantaré el don divino de la miel, que baja de los cielos: y dije tu mirada, oh Mecenas, también hacia esta parte. Voy a referir el espectáculo de pequeñas cosas que causarán tu admiración, magnánimos caudillos y, siguiendo su orden, las costumbres, aficiones, pueblos y combates de toda una nación. Mezquino el argumento de mi empresa pero no será mezquina la gloria, si al poeta las divinidades desfavorables no le impiden y si Apolo invocado le es propicio.
     Primeramente hay que elegir para la abejas una morada y lugar fijo, donde ni los vientos tengan entrada (pues los vientos les impiden llevar a sus casas el pasto), ni las ovejas ni los cabritos retozones trisquen entre las flores, o la ternera errante que le campo sacuda al rocío y tronche la hierba cuando crece.
     Lejos también de las colmenas bien abastecidas los lagartos pintados en su escamosa espalda, los abejarucos y otras aves, y Procne, que trae el pecho señalado con sus sangrientas manos, por que le desvastan todo por doquier y a las mismas abejas las atrapan al vuelo con el pico, comida dulce para sus crueles nidos. Pero que haya cristalinas fuentes y estanque que verdezcan con el musgo, y un arroyuelo que se deslice suavemente entre la hieba, y una palmera, o un acebuche corpulento, que den sombra al vestíbulo.



Virgilio, Geórgicas, Madrid, Edit.Gredos, col.Biblioteca Báscia Gredos, 2000, páginas 161, 162.
Seleccionado por Lucía Pintor del Mazo. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

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