RIKKI-TIKKI-TAVI
Cuando en el agujero entró
Ojos Rojos le dijo a Piel Arrugada,
Escucha lo que habló:
¡Ven, Nag, con la muerte a bailar!
Ojo con ojo, cabeza con cabeza,
(Mantén el ritmo, Nag.)
Esto no terminará hasta que uno muera;
(A tu salud, Nag.)
Vuelta a vuelta y giro a giro:
(Corre a esconderte, Nag.)
¡Ay! ¡La muerte encapuchada el golpe ha errado!
(Mala suerte la tuya, Nag.)*
Ésta es la historia de la gran guerra que libró a solas Rikki-tikki-tavi por entre las salas de baño del amplio bungalow del acantonamiento de Segowlee. Lo ayudó Darzee, el pájaro sastre, y Chuchundra, el ratón almizclero, que no llega nunca ni hasta el centro de la habitación, sino que se arrastra siempre junto a la pared, le dio consejo; pero la verdadera batalla la libró Rikki-tikki.
Rikki-tikki era una mangosta macho, por su pelaje y la cola bastante parecido a un gatito, pero más semejante a una comadreja por la cabeza y las costumbres. Tenía sonrosados los ojos y el extremo de su inquieto hocico; podía rascarse donde le placía, con cualquier pata, delantera o trasera; la que prefiera utilizar; sabía enderezar la cola hasta que parecía un callistémono*, y su grito de guerra cuando se lanzaba cruzando la alta hierba era: Rikki-tikki-tikki-tikki-tchk.
Rudyar Kipling, El libro de la selva, Madrid, Editorial Akal, S.A., páginas 185, 186, 2003. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.
(A tu salud, Nag.)
Vuelta a vuelta y giro a giro:
(Corre a esconderte, Nag.)
¡Ay! ¡La muerte encapuchada el golpe ha errado!
(Mala suerte la tuya, Nag.)*
Ésta es la historia de la gran guerra que libró a solas Rikki-tikki-tavi por entre las salas de baño del amplio bungalow del acantonamiento de Segowlee. Lo ayudó Darzee, el pájaro sastre, y Chuchundra, el ratón almizclero, que no llega nunca ni hasta el centro de la habitación, sino que se arrastra siempre junto a la pared, le dio consejo; pero la verdadera batalla la libró Rikki-tikki.
Rikki-tikki era una mangosta macho, por su pelaje y la cola bastante parecido a un gatito, pero más semejante a una comadreja por la cabeza y las costumbres. Tenía sonrosados los ojos y el extremo de su inquieto hocico; podía rascarse donde le placía, con cualquier pata, delantera o trasera; la que prefiera utilizar; sabía enderezar la cola hasta que parecía un callistémono*, y su grito de guerra cuando se lanzaba cruzando la alta hierba era: Rikki-tikki-tikki-tikki-tchk.
Rudyar Kipling, El libro de la selva, Madrid, Editorial Akal, S.A., páginas 185, 186, 2003. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato, curso 2014-2015.
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