lunes, 26 de octubre de 2015

El Fantasma de Canterville y otros cuentos, Oscar Wilde

           Cuatro días después de estos curiosos incidentes, un cortejo fúnebre partía de Canterville hacia las once de la noche. Del carruaje tiraban ocho caballos negros, tocados con un gran penacho ondulante de plumas de avestruz, y el feŕetro de plomo iba cubierto con un suntuoso paño de color púrpura, sobre el que se veía bordado en oro el escudo de los Canterville. Acompañaban al carruaje y demás vehículos los sirvientes con teas encendidas y todo el cortejo resultaba extrañamente impresionante. Lord Canterville había acudido ex profeso desde Gales y presidía el funeral, sentado en el primer coche al lado de la pequeña Virginia. Venía después el diplomático estadounidense con su esposa, luego Washington y los tres muchachos, y en el último coche la señora Umney. Todos opinaban que, aterrorizada más de cincuenta años por el fantasma, tenía derecho a acompañar el duelo. Se había excavado una fosa profunda en un rincón del cementerio, justo al pie de un tejo añoso, y el reverendo Augustus Dampier ofició la ceremonia con toda solemnidad.



         Oscar Wilde, El fantasma de Canterville, Barcelona, Vicens Vives, ed. 15, página 139.
         Seleccionado por Delia Marinela Bulau, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.
               

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