lunes, 26 de octubre de 2015

La cabaña del tío Tom, Harriet E. Beecher Stowe

CAPÍTULO II

LA MADRE

     Desde su infancia Elisa había sido educada por su ama como una favorita consentida. 
     Los que hayan viajado por el sur deben haberse dado cuenta con frecuencia, de ese estilo peculiar de refinamiento, de esa dulzura de la voz y del gesto, que en muchos casos parece ser un regalo especial de las mujeres negras y mulatas. La gracia natural va casi siempre unida en ellas a una belleza muy notable, y a un aspecto agradable. Elisa, como la hemos descrito, no es un retrato de fantasía, sino un recuerdo de la mujer que vimos en Kentucky hace algunos años. A salvo bajo la vigilante protección de su ama, Elisa creció lejos de las tentaciones que hacen de la belleza una herencia fatal para el esclavo. Se casó con un joven mulato, inteligente y despejado, esclavo de una hacienda vecina, que se llamaba Jorge Harris.
     Este joven, entregado en alquiler por su amo a un industrial de los alrededores, que tenía una fábrica de sacos, había mostrado en su trabajo una inteligencia y una habilidad que le hacía ser considerado por todos como el mejor obrero. Había inventado una máquina para blanquear el cáñamo, que, considerando el nacimiento y la educación del inventor, denotaba un genio para la mecánica igual al de Whitney.
     Su personalidad era agradable y sus gestos amables, y era en realidad el favorito de la fábrica. Sin embargo, como este joven a los ojos de la ley no era un hombre sino una cosa, todas esas cualidades superiores las controlaba un amo de mentalidad estrecha y tirano. Ese mismo caballero, al enterarse de la fama del invento de Jorge, se fue a la factoría a ver qué hacía su objeto inteligente. El industrial recibió con gran entusiasmo al amo, y le felicitó por poseer un esclavo tan valioso.
     Le enseñaron toda la factoría , le mostraron la máquina de Jorge, quien, muy emocionado, habló habló con tal elocuencia, se mantuvo tan tieso, parecía tan hermoso y tan señorial, que su amo comenzó a sentir un sentimiento incómodo de inferioridad. ¿Qué demonios tenía que ver ese esclavo con el conocimiento del país, la invención de máquinas, y mantenerse tan orgulloso entre caballeros? Tendría que acabar con todo eso. Le volvería a llevar a su finca, le pondría a cavar tierra hasta agotarse <>. Y por eso, el industrial y todos los empleados se asombraron de que pidiera que le dieran todo el sueldo acumulado de Jorge, indicándoles su intención de llevárselo a casa.
     Pero señor Harris -insistía el industrial- ¿por qué esas prisas?
     ¿Y a usted qué le importa? Ese hombre es mío.
     Estaría dispuesto, señor, a aumentar la tasa de compensación.
     No serviría de nada, señor. No necesito alquilar a ninguno de mis hombres, si no quiero hacerlo.
     Pero, señor, parece especialmente apto para este negocio.
     Es muy posible. Sin embargo, jamás ha hecho ninguna de las cosas que yo le he encargado.
     Pero piense tan sólo en el invento de esa máquina -añadió uno de los trabajadores, de forma bastante inapropiada.
     ¡Ah, claro! Una máquina para ahorrar trabajo, ¿no? Eso es lo que ha inventado, naturalmente. Para eso los negros son muy inteligentes. Todos ellos son máquinas que evitan el trabajo. ¡Hacer trampas, eso es lo que les gusta!
     Jorge se quedó petrificado al oír el destino pronunciado repentinamente por un poder ante el que no podía hacer nada. Cruzó los brazos y se mordió los labios, pero un volcán inmenso de amargura le ardía en el pecho y enviaba oleadas de fuego por sus venas. Anhelante, y echando fuego por sus grandes ojos, podría haber estallado en alguna ebullición peligrosa, sino hubiera sido por el industrial amable, que le tocó el brazo y le dijo en voz baja:
     Acéptalo, Jorge. Márchate con él por ahora. Trataremos de ayudarte; ya lo verás.
     El tirano observó el murmullo e hizo conjeturas sobre su contenido, aunque no pudiera oír las palabras; y en su interior se afianzó en la determinación de mantener el poder que poseía sobre su víctima.


Harriet E. Beecher Stowe,  La cabaña del tío Tom, León, Ediciones Gaviota, Colección Clásicos Jóvenes Gaviota, pág. 22-23.
Seleccionado por Paula Ginarte Pérez. Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.

No hay comentarios:

Publicar un comentario