Capítulo V.
Eso sucedía hacia el mediodía. Después, de comer, Aschenbach se fue por mar a
Venecia, a pesar de la calma y del calor, acosado por la manía de perseguir a los
hermanos polacos, a quienes había visto tomar el camino del embarcadero con su
institutriz. No encontró a su ídolo en San Marcos. Pero, estando sentado a una de las.
mesitas instaladas en la parte sombreada de la playa, ante su taza de té, advirtió de
pronto en el aire un aroma peculiar. Le pareció que aquel aroma venía envolviéndolo
todos los días, sin él haberse dado cuenta; un olor dulzón, oficial, que hacía pensar en
plagas y pestes y en una sospechosa limpieza. Lo examinó y reconoció poniéndose
pensativo; y, terminando su colación, abandonó la plaza por el lado frontal del templo.
Al penetrar en las calles estrechas, el olor se hizo aún más agudo. En las esquinas se
veían pegados bandos de alarma, en los cuales se advertía a la población que debía
privarse de ostras y mariscos, así como del agua de canales, a consecuencia de
ciertos desarreglos gástricos que el calor hacía muy frecuentes. El carácter de tales
admoniciones era patente. En los puentes y plazas había silenciosos grupos de gente
del pueblo mientras el forastero se paraba junto a ellos inquisitivo y caviloso.
Thomas Mann, Muerte en Venecia, https://ia601701.us.archive.org/23/items/LaMuerteEnVeneciaThomasMann/La%20Muerte%20en%20Venecia%20-%20Thomas%20Mann.pdf
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de bachillerato, curso 2015-2016.
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