viernes, 1 de abril de 2016

La hija del capitán, Alexandre Pushkin

CAPITULO II

El cochero puso los caballos a galope, pero no dejaba de mirar al este. Los caballos iban a buena marcha. Entre tanto, el viento iba siendo más fuerte por momentos. La nubecilla se había convertido en una nube blanca que se levantaba lentamente y crecía hasta cubrir poco a poco todo el cielo. Empezó a caer una nieve menuda, y de repente cayeron grandes copos. Aullaba el viento; había empezado la tormenta. En un instaste, el cielo se juntó con el mar de nieve. Todo desapareció.
-¡Señor!  -gritó el cochero ¡Estamos perdidos! ¡La tormenta!
Me asomé a la ventanilla de la kibitka todo era oscuridad y remolinos. El viento aullaba con una expresión tan feroz, que parecía un ser vivo; la nieve nos cubría a Savélich y a mi; los caballos se pusieron al paso y luego se pararon.
-¿Por qué no sigues?  -pregunté impaciente al cochero.
-¿Y para qué quiere que siga? -respondió bajando del pescante-. No sé ni dónde estamos; no hay camino, todo está oscuro.
Me puse a reñirle, pero Savélich le defendió:
-Todo ha sido por no hacernos caso  --decía malhumorado-. Ya estaba en la posada, habrías tomado té y dormido hasta mañana; la tormenta se habría calmado y podríamos seguir adelante. ¿Qué prisa tenemos? Ni que fuéramos a una boda.

Alexandre Pushkin, La hija del capitán, http://www.edu.mec.gub.uy/biblioteca_digital/libros/P/Pushkin,%20Alexander%20-%20La%20hija%20del%20capitan.pdf
Seleccionado por Laura Agustín Críspulo, Segundo de Bachillerato. Curso 2015-2016.




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