lunes, 16 de mayo de 2016

Las aventuras de Tom Sawyer, Mark Twain

       Al empezar la tarde, grupos de hombres derrengados fueron llegando al pueblo; pero los más vigorosos de entre los vecinos continuaron la busca. Todo lo que se llegó a saber fue que se estaban registrando profundidades tan remotas de la cueva que jamás habían sido exploradas; que no había recoveco ni hendidura que no fuera minuciosamente examinada; que por cualquier lado que se fuese por entre el laberinto de galerías se veían luces que se movían de aquí para allá, y los gritos y las detonaciones de pistola repercutían en los ecos de los oscuros subterráneos. En un sitio muy lejos de donde iban ordinariamente los turistas habían sido encontrados los nombres de Tom Becky trazados como humo sobre la roca, y, a poca distancia, un trozo de cinta manchado de sebo. La señora de Thatcher lo había reconocido deshecha en lágrimas, y dijo que aquello sería el más preciado de todos, porque sería el último que habría dejado en el mundo antes de su horrible fin. Contaban que, de cuando en cuando, se veía oscilar en la cueva un débil destello de luz en la lejanía, y un tropel de hombres se lanzaba corriendo hacia allá con gritos de alegría, y se encontraban con el amargo desengaño de que no estaban allí los niños, no era sino la luz de algunos de los exploradores.

       Tres días y tres noches pasaron lentos, abrumadores, y el pueblo fue cayendo en un sopor sin esperanza. Nadie tenía ánimos para nada. El descubrimiento casual de que el propietario de la Posada de Templanza escondía licores en el establecimiento casi no interesó a la gente, a pesar de la tremenda importancia y magnitud del acontecimiento. En un momento de lucidez, Huck, con débil voz, llevó la conversación a recaer sobre las posadas, y acabó por preguntar, temiendo vagamente lo peor, si se había descubierto algo, desde que él estaba malo, en la Posada de Templanza.


       Mark Twain, Las aventuras de Tom Sawyer, Madrid, Unidad Editorial, Milenium, 1999, pág.162-163
       Seleccionado por  Coral García Domínguez, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.


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