Duquesa de Berwick: ¡Ah, ésa es precisamente la cuestión, querida! El va a verla continuamente, se pasa con ella horas enteras, y mientras está allí, ella no recibe a nadie en su casa. No es que vayan a visitarla muchas señoras, querida; pero tiene una gran cantidad de amigos desacreditados (mi propio hermano en particular, como ya le he dicho), y esto es de lo que hace espantosa la conducta de Windermere. Nosotras le considerábamos como un marido modelo; pero me temo que la cosa se innegable. Mis queridas sobrinas -ya sabe usted, las chicas de Saville-, unas muchachas muy caseras, feas, horrorosamente feas, pero ¡tan buenas!..; bueno; están siempre en el balcón haciendo labores de fantasía y esas horrendas ropas para los pobres que, según creo, se llevan mucho en estos tiempos socialistas; pues esta terrible mujer ha tomado una casa en la calle Curzon, frente a la de ellas, una calle tan respetable. ¡No sé adónde vamos a parar! Ellas me han dicho que Windermene va a visitarla cuatro y cinco veces por semana; lo ven. No pueden por menos, y, aunque no les gusta hablar de escándalos, como es natural, se lo han hecho notar a todo el mundo. Y lo peor de todo es que esa mujer según dicen, tiene mucho dinero que le pasa alguien, pues hace unos seis meses, cuando llegó a Londres, no tenía nada, y ahora posee esa preciosa casa en el mejor barrio, guía caballos propios por el parque todas las tardes y, en fin, no le falta nada desde que conoce al pobre y querido Windermere.
Lady Windermere: ¡Oh! ¡No puedo creerlo!
Duquesa de Berwick: Pues es completamente cierto, querida. Todo Londres lo sabe. Por eso he creido preferible venir y hablar con usted y aconsejarla que se lleve fuera a Windermere ahora mismo, a Alemania o a Francia, a un sitio en que se divierta algo y donde pueda usted vigilarlo durante todo el día. Le aseguro, querida, que en varias ocasiones, recién casada, tuve que fingirme muy enferma, viéndome obligada a beber las aguas minerales más desagradables, solo por sacar a Berwick de la capital. ¡Era tan extraordinariamente sensible! Aunque puedo decir que nunca dio grandes sumas a nadie. ¡Lo cual demuestra que tiene principios muy elevados!
Oscar Wilde, El abanico de Lady Windermere, Barcelona, Andrés Bello Española, 1998, pág. 26-27
Seleccionado por Coral García Domínguez, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016
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