miércoles, 31 de mayo de 2017

Crimen y castigo, Dostoievski


                                                                    VII

     Aquel mismo día, pero ya por la noche, a las ocho, dirigióse Raskólkinov a ver a su madre y a su hermana... en aquel mismo cuarto, en la casa de Bakaliev, que les había buscado Razúmijin. La escalera arrancaba desde la calle misma. Raskólnikov empezó a subir retenido todavía el paso y como titubeando. ¿Entraría o no?... Pero no se volvió atrás; su resolución estaba tomada."Además, es lo mismo; ellas no saben nada -pensó-, y ya están acostumbradas a mirarme como a un ser raro..." Tenía la ropa en un estado horrible: toda sucia, de haber pasado toda la noche bajo la lluvia, arrugada, hecha jirones. La cara, casi desfigurada por el cansancio, el mal tiempo, la fatiga física y aquella lucha de cassi veinticuatro horas consigo mismo. Toda aquella noche la había pasado solo, sabe Dios dónde. Pero, por lo menos, había adoptado una resolución.
     Llamó a la puerta; salió a anrirle la madre. Dúnechka no estaba en casa. Tampoco se veía por allí a la criada. Puljeria Aleksándrovna, al principio, quedóse muda de alegre asombro; luego cogióle de la mano y metióle en la habitación.
     -¡Ah, pero eres tú! -exclamó, balbuciendo de puro alegre-. No te enojes conmigo, Rodria, por este recibimiento tan necio que te hago con lágrimas en los ojos; es que me río, no que lloro. ¿Te figuras tú que lloro? Pues no; es de alegría, es que he cogido esta necia costumbre: se me saltan las lágrimas. Me pasa eso desde que murió tu padre, que por cualquier cosa ya estoy llorando. Pero siéntate, palomito, que debes de estar cansado, harto lo veo. ¡Ah, y qué manchado estás!
     -Es que me cogió anoche la lluvia, mámascha -dijo Raskólnikov.
     -¡No, no! -exclamó Puljeria Aleksándrovna, interrumpiéndole-. Tú te crees que yo me voy a poner a preguntarte, siguiendo mi antigua costumbre de comadre; pero no; está tranquilo. Yo ahora, ¿sabes?, lo comprendo todo, todo lo comprendo; ahora ya me he hecho a las cosas de aquí, y veo de sobra que es lo mejor. De una vez para siempre me he dicho: "¿De dónde meterme yo a calarte los pensamientos y pedirte cuentas de nada?" Sabe Dios los asuntos y los planes que tú tendrás en tu cabeza, los pensamientos que estás madurando. ¿De dónde iba yo a cogerte de un brazo y preguntarte qué es lo que estás pensando...? ¡Diantre! Porque mira: yo... ¡Ah Señor! Pero ¿por qué he de andar yo manoteando acá y allá como asfixiada?... Has de saber, Rodia, que leí tu artículo del periódico tres veces seguidas, que me lo trajo Dmitrii Prokófich. Un grito de sorpresa lancé al verlo, porque yo, la muy tonta de mí, pensaba: "Anda: mira en lo que él se ocupaba; ahí tienes la explicación de todo. A todos los sabios les ocurre lo mismo. Puede que él ande revolviendo nuevas ideas en su cabeza en este mismo instante, que las esté madurando, mientras yo lo importuno y distraigo." He leído tu artículo, amiguito, y claro que muchas cosas de él no entiendo; pero, por los demás, así tiene que ser. ¿Cómo iba yo a entenderlo todo?


     Fiodor Mijailovski Dostoievski, Crimen y castigo, RBA Editores, 1994, Historia de la Literatura, páginas 471.
     Seleccionado por Rodrigo Perdigón Sánchez, primero de bachillerato. Curso 2016-2017.

No hay comentarios:

Publicar un comentario