El aire particular de la cabalgata llamó la atención de Wamba, y aun la de su compañero, hombre más pensador. Este conoció al momento en la persona del monje al prior de la abadía de Jorvaulx, famoso ya muchas leguas en contorno, amante de la caza, de la buena mesa y de las diversiones, a pesar de su estado. No obstante esto, era bien reputado, pues su carácter franco y jovial le hacían bien quisto y le daban franca entrada en todos los palacios de los nobles, entre los cuales tenía no pocos parientes, pues era noble y normando. Las señoras le apreciaban particularmente, porque era decidido admirador del bello sexo, y también porque poseía mil recursos para alejar el tedio que se sentía a menudo bajo el elevado techo de un palacio feudal. Ningún cazador seguía con más ardor una pieza, y era conocido porque poseía los halcones más diestros y la jauría mejor de todo el NorthRiding; ventaja que le hacía ser buscado por los jóvenes de la primera Nobleza. Las rentas de fa abadía sùfragaban sus gastos, y aun le permitían ser liberal con los pobres y con los aldeanos, cuya miseria socorría a menudo.
Los dos siervos sajones saludaron respetuosamente al prior. Aquéllos se sorprendieron al contemplar de cerca el talante semi-guerrero y semi-monacal del caballero del Temple, así como les chocaron al extremo las armas y el porte oriental de los escuderos; y fué tanta su admiración, que no comprendieron al prior de Jorvaulx, que les preguntó si encontraría por allí dónde alojarse con su compañero y comitiva. Pero es tan probable que el lenguaje normando que el prior usó para hacer su pregunta sonase muy mal a los oídos de dos sajones, como dudoso que dejasen de entenderle.
-Os pregunto, hijos míos -volvió a decir el Prior usando el dialecto que participaba de los dos idiomas y que ya usaban unos y otros para poder entenderse-, si habrá por estos contornos alguna persona que por Dios y por nuestra santa madre la Iglesia quiera acoger y sustentar por esta noche a dos de sus más humildes siervos con su comitiva.
El tono que usó el prior Aymer estaba muy poco conforme con las humildes palabras de que se sirvió. Wamba levantó la vista y dijo:
-Si vuestras reverencias quieren encontrar buen hospedaje, pueden dirigirse pocas millas de aquí al priorato de Brinxworth, donde atendida vuestra calidad, no podrán menos de recibiros honoríficamente; pero si prefieren consagrar la noche a la penitencia pueden tomar aquel sendero, que conduce derechamente a la ermita de Copmanhurts, donde hallarán un piadoso anacoreta que les dará hospitalidad y el auxilio de sus piadosas oraciones.
-Amigo mío -contestó el prior-, si el ruido continuo de los cascabeles que guarnecen tu caperuza no tuviera trastornados tus sentidos, omitirías semejantes consejos, y sabrías aquello de clericus clericum non decimat; es decir, que las personas de la Iglesia no se reclaman mutuamente la hospitalidad, prefiriendo pedirla a los demás para proporcionarles la ocasión de hacer una obra meritoria honrando a los servidores de Dios.
-Es verdad -repuso Wamba-: disimulad mi inadvertencia, pues aunque no soy más que un asno, tengo el honor de llevar cascabeles como la mula de vuestra reverencia.
-¡Basta de insolencias, atrevido! -dijo con tono áspero el caballero del Temple-. Dinos pronto, si puedes, el camino que debemos tomar para... ¿Cuál es el nombre de vuestro franklin, prior Aymer?
-Cedrid -respondió-, Cedrid el Sajón. Dime, amigo: ¿estamos a mucha distancia de su morada? ¿Puedes indicarnos el camino?
-No es fácil encontrar el camino -dijo Gurt, rompiendo por la primera vez el silencio-. Además, la familia de Cedric se recoge muy temprano.
-¡Buena razón! -contestó el caballero-. La familia de Cedric se tendrá por muy honrada en levantarse para servir y obsequiar a unos viajeros tales como nosotros, que hacemos demasiado en humillarnos a solicitar una hospitalidad que podemos exigir de derecho.
-Yo no sé -dijo Gurt incomodado- si debo indicar el camino del castillo de mi amo a una persona que reclama como derecho el asilo que tantos otros solicitan como un favor.
-¿Te atreves a disputar conmigo, esclavo?
Y aplicando el caballero las espuelas a su caballo, le hizo dar media vuelta; y levantando la varita que le servía de fusta, se dispuso a castigar lo que él miraba como insolencia propia de un villano.
Walter Scott, Ivanhoe, http://www.bibliotecagratis.com/autor/W/walter_scott/ivanhoe.htm). Seleccionado por Cristina Martín Bonifacio, segundo bachillerato, curso 2009/2010.
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