En esta ciudad se llamaba Ayodhayá.
Feliz y bella ciudad, provista de puertas distribuidoras a distancias bien calculadas, estaba atravesada por grandes calles, ampliamente trazadas, entre las que desollaba la calle Real, en donde los surtidores de agua abatían el vuelo del polvo. Numerosos compradores frecuentaban sus bazares e innumerable joyas adornaban sus tiendas. Inexpugnable, su suelo estaba ocupado por grandes mansiones y embellecido por bosquecillos y jardines públicos. Profundos fosos, imposibles de franquear, la circundaban. Sus arsenales estaban repletos de variadas armas y sus puertas estaban cornamentadas por arcadas en donde los arqueros velaban constantemente.
Un magnánimo rey, llamado Dazaratha, cuyas victorias engrandecían periódicamente al Imperio, gobernaba por aquel entonces esta villa, como Indra gobierna su Amaravati, ciudad de los Inmortales.
Este príncipe, bien instruído en justicia y para quien ésta era el fin supremo, no tenía ningún hijo en quien continuar su estirpe y su corazón se consumía de melancolía.
Un día, meditando sobre su desdicha, le vino a la mente esta idea: ''¿Quién me impide celebrar un azwa-medha para conseguir un hijo?''
El monarca fue a encontrar a Vazisthe, le rindió el homenaje que el decoro exigía y le habló con este respetuoso lenguaje: ''Es preciso celebrar inmediatamente el sacrificio en la forma que ordena el Zasrta, y ordenarlo todo con tal esmero que ninguno de esos genios destructores de ceremonias sagradas pueda interponer algún impedimento. A ti te toca, pues, cargar sobre tus hombres el pesado fardo de un sacrificio tal''
-''¡Sí!- respondió al rey más virtuoso de los regentados-. Con toda seguridad, haré lo que Tu Majestad desea.''
Habiendo hecho llamar a Sumatra, el ministro ''Invita-le dijo Vazistha-; invita a cuantos reyes son devotos de la justicia de la tierra.''
Después de transcurridos unos cuantos días y unas cuantas noches, llegaron numerosos reyes a quienes Dazaratha había enviado pedrerías, como real obsequio. Entonces Vazistha, con el alma satisfecha, dirigió estas palabras al monarca: ''Todos los reyes han llegado¡o ¡oh, el más ilustre de los soberanos! tal como tú habías mandado. A todos les he tratado bien y les he honrado dignamente.''
Encantado por estas palabras de Vazisthe, dijo el rey: ''Que el sacrificio provisto en todas sus partes de cosas ofrecidas a todos deseo sea celebrado hoy mismo''
En seguida, los sacerdotes, consumados en la ciencia de la Sagrada Escritura, empezaron la primera de las ceremonias la ascensión del fuego, siguiendo los ritos enseñados por la tradición de Kalpa. Las reglas de las expiaciones fueron asimismo observadas enteramente e hicieron todas las libaciones que las circunstancias prescribían.
Entonces Kaauzalya describió un pradakshina , alrededor del caballo consagrado; le veneró con la debida piedad y le prodigó ornamentos, perfumes y guirnaldas de flores.
Valmiki, Ramayana, segunda edición, Barcelona, año 1982, págs 3-5, seleccionado por Olga Domínguez Martín, curso 2011-2012, segundo de Bachillerato.