ACTO PIMERO
ESCENA I
Habitación de casa de LEONARDO
PABLO, que está colocando los trajes y ropa en un baúl; luego LEONARDO.
LEONARDO. (A PABLO.) ¿Qué estás haciendo en esta habitación? Hay cien cosas pendientes y tú aquí perdiendo el tiempo, sin hacer ninguna.
PABLO. Disculpe, señor. Yo creo que preparar el baúl es una de las cosas que hay que hacer.
LEONARDO. Te necesito para algo más importante. El baúl mándaselo llenar a las mujeres.
PABLO. Las mujeres están con la señora; andan muy ocupadas con ella y no hay forma ni siquiera de verlas.
LEONARDO. Ese es el defecto de mi hermana. No está nunca contenta. Querría tener siempre a la servidumbre ocupada en sus cosas. Cuando se va de veraneo no le basta un mes para prepararse. Dos mujeres empleadas durante un mes solo para ella. Es una cosa insufrible.
PABLO. Pues encima, no bastándole las dos mujeres, aún ha llamado a otras dos para que ayuden.
LEONARDO. ¿Y para qué quiere tanta gente? ¿Le están haciendo algún vestido nuevo?
PABLO. No, señor. El vestido nuevo se lo hace el sastre. En casa esas mujeres le arreglan los vestidos usados. Ha mandado hacer mantillas, mantones, cofias de día, cofias de noche, una porción de puntillas surtidas, de cintas, de adornos, un montón de cosas; y todo eso para ir al campo. Hoy día el campo es más exigente que la ciudad.
LEONARDO. Pues sí, desgraciadamente es cierto que quien quiere figurar en sociedad tiene que hacer lo que hacen los demás. Nuestro sitio de veraneo, Montenero, es uno de los más frecuentados, y de más compromiso que los otros. Los acompañantes con los que hay que alternar no son unos cualquiera. Hasta yo me veo en la obligación de hacer más de lo que quisiera. Por eso te necesito. Las horas pasan, hay que salir de Liorna antes del atardecer, y quiero que todo esté preparado y que no falte nada.
PABLO. Mande usted, que yo haré todo lo que pueda.
LEONARDO. Antes de nada, pasemos revista a lo que hay y a lo que haría falta. Los cubiertos tengo miedo de que sean pocos.
PABLO. Dos docenas deberían ser suficientes.
LEONARDO. Para lo ordinario, también yo lo creo. Pero, ¿quién me asegura que no vendrán monotnes de amigos? En el campo se suele tener la mesa siempre preparada. Conviene estar prevenidos. Los cubiertos se cambian frecuentemente, y dos juegos no bastan.
PABLO. Le ruego que me disculpe si hablo con demasiada libertad. El señor no está obligado a hacer todo lo que hacen los marqueses florentinos, que tienen feudos y fincas grandísimas, y cargos, y dignidades grandiosas.
LEONARDO. Y yo no tengo necesidad de que mi criado se me ponga pedante.
PABLO. Perdóneme; no vuelvo a hablar más.
Los afanes del veraneo, Carlo Goldoni. ACTO PRIMERO, ESCENA PRIMERA; pags 147 y 148. Editorial: Cátedra, Madrid, 1985. Seleccionado por: Natalia Sánchez Martín. Curso: Segundo de bachillerato.
LEONARDO. Te necesito para algo más importante. El baúl mándaselo llenar a las mujeres.
PABLO. Las mujeres están con la señora; andan muy ocupadas con ella y no hay forma ni siquiera de verlas.
LEONARDO. Ese es el defecto de mi hermana. No está nunca contenta. Querría tener siempre a la servidumbre ocupada en sus cosas. Cuando se va de veraneo no le basta un mes para prepararse. Dos mujeres empleadas durante un mes solo para ella. Es una cosa insufrible.
PABLO. Pues encima, no bastándole las dos mujeres, aún ha llamado a otras dos para que ayuden.
LEONARDO. ¿Y para qué quiere tanta gente? ¿Le están haciendo algún vestido nuevo?
PABLO. No, señor. El vestido nuevo se lo hace el sastre. En casa esas mujeres le arreglan los vestidos usados. Ha mandado hacer mantillas, mantones, cofias de día, cofias de noche, una porción de puntillas surtidas, de cintas, de adornos, un montón de cosas; y todo eso para ir al campo. Hoy día el campo es más exigente que la ciudad.
LEONARDO. Pues sí, desgraciadamente es cierto que quien quiere figurar en sociedad tiene que hacer lo que hacen los demás. Nuestro sitio de veraneo, Montenero, es uno de los más frecuentados, y de más compromiso que los otros. Los acompañantes con los que hay que alternar no son unos cualquiera. Hasta yo me veo en la obligación de hacer más de lo que quisiera. Por eso te necesito. Las horas pasan, hay que salir de Liorna antes del atardecer, y quiero que todo esté preparado y que no falte nada.
PABLO. Mande usted, que yo haré todo lo que pueda.
LEONARDO. Antes de nada, pasemos revista a lo que hay y a lo que haría falta. Los cubiertos tengo miedo de que sean pocos.
PABLO. Dos docenas deberían ser suficientes.
LEONARDO. Para lo ordinario, también yo lo creo. Pero, ¿quién me asegura que no vendrán monotnes de amigos? En el campo se suele tener la mesa siempre preparada. Conviene estar prevenidos. Los cubiertos se cambian frecuentemente, y dos juegos no bastan.
PABLO. Le ruego que me disculpe si hablo con demasiada libertad. El señor no está obligado a hacer todo lo que hacen los marqueses florentinos, que tienen feudos y fincas grandísimas, y cargos, y dignidades grandiosas.
LEONARDO. Y yo no tengo necesidad de que mi criado se me ponga pedante.
PABLO. Perdóneme; no vuelvo a hablar más.
Los afanes del veraneo, Carlo Goldoni. ACTO PRIMERO, ESCENA PRIMERA; pags 147 y 148. Editorial: Cátedra, Madrid, 1985. Seleccionado por: Natalia Sánchez Martín. Curso: Segundo de bachillerato.
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