lunes, 17 de marzo de 2014

Fausto, Johann W. von Goethe


                                        La noche

                            (Un cuarto pequeño y aseado)


      Margarita.-(Arreglándose el cabello.) Daría cualquier cosa por saber quien era aquel caballero de esta mañana: su rostro y su porte indicaban claramente la nobleza de su estirpe. ¿Cómo, a no ser así, hubiese sido tan atrevido? (Entran Metitófeles y Fausto)
      Metitófeles.-Entrad, pero despacio; entrad.
      Fausto.-(Después de una pausa.) Te suplico que me dejes solo.
      Mefitófeles.-(Resgistrandolo todo.) No todas las jóvenes tienen su cuarto tan limpio.
      Fausto.-(Mirando entorno suyo.) Salud dulce crepúsculo que reinas en este santuario; embarga mi corazón, grata melancolia de amor que el perfume de la esperanza anima. ¡Todo respira aquí paz, orden y contento! ¡Cuánta abundancia en esta pobreza, cuánta dicha en este calabozo! (Se sienta en un sillón de cuero que hay junto a la cama.) ¡Recíbeme o tú, que has tenido los brazos siempre abiertos para coger a las pasadas generaciones. tanto en su dolor como en su alegría! ¡Cuántas veces los niños en tropel se habrían sorprendido entorno a este trono patriarcal! Acaso también mi amada habrá venido aquí más de una vez cuando niña de frescas y rosadas mejillas a besar la descarada mano del abuelo, no sin dirigir antes una mirada e inocencia y de candor a ese Cristo divino. Siento vagar en derredor, ¡oh hermosura niña!, ese espíritu de economía y de orden que te instruye cada día como una tierna madre que te inspira el modo como debe tenderse el tapete sobre la mesa y te indica hasta los átomo de polvo que vuelan por tu habitación. ¡Oh dulce mano parecida a la mano de los dioses! Tú conviertes es humilde recinto en celestial morada, allí... (Alza una colgadura del lecho.) ¡Qué delirio se apodera de mi! Quisiera estar aquí horas enteras sin notar la duración del tiempo; allí fue, ¡ oh naturaleza!, donde en dulces sueños completastes a aquel ángel ; allí donde reposa aquella niña, cuyo tierno seno palpita de calor y de vida ; allí donde una pura y santa actividad se desenvolvió la imagen de los dios. Y a ti, ¿quién te ha conducido a ti? ¡Cuán profunda es la emoción que siento! ¿por qué de tal modo se me oprime el corazón? ¡Miserable Fausto, ya no te conozco! Me hallo envuelto en una encantadora atmósfera. ¡Ávido buscaba los deleites, y ahora me pierdo en amorosos sueños! ¿Si seremos juguete de cada ráfaga que sople? Y si llegase ella a entrar en este instante, ¡cuál cara pagarías tu audacia! ¡Cuán pequeño seria y como desaparecería ante ella el gran hombre!
       Mefistófeles.-Date prisa, porque ya lo veo llegar.
       Fausto.-Alejémonos, pues no quiero volver de nuevo auí.
       Mefistófeles.-He aquí una cajita que pesa regularmente y que he recogido en cierto punto: me tedla en el armario y os juro que os hará perder el juicio. He puesto en ella varias chucherías para alcanzar una sola cosa. Bien lo sabéis: el niño siempre es niño, y un juego siempre es un juego.




Johann W. Goethe, Fausto, Primera parte, Biblioteca Edaf, Madrid, 1985, Páginas 95-96. Seleccionado por: Laura Tovar García, segundo de bachillerato, curso 2013-2014.






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