Capítulo IV
León Tolstoi, Guerra y paz. Libro segundo, Primera parte, Capítulo IV, Editorial Planeta, Barcelona 1988, página 377. Seleccionado por Adrián Hernández García, segundo de bachillerato, curso 2013-2014.
Pierre estaba sentado frente a Dólojov y a Nikolai Rostov. Como de costumbre, comía y bebía mucho y con avidez. Pero quienes le conocían bien, notaban en él una gran transformación. Guardó silencio durante toda la comida; entornando los ojos y fruncindo el ceño, mientras miraba en derredor o a veces, con la mirada perdida en el espacio, e acariciaba el puente de la nariz. Su rostro estaba triste y sombrío: Diríase que ni veía ni escuchaba nada de cuanto ocurría a su alrededor y que estaba sumergido en algún pensamiento tan penoso como dificil de resolver.
El problema que le atormentaba era la alusión de la princesa a las intimidades de Dólojov con su mujer y una carta anónima recibida aquella mañana, en la que se le decía -con la vileza festiva propia de todas las cartas anónimas- que veía mal aunque usara lentes y que las relaciones de su mujer con Dólojov no eran secretas más que para él. Pierre no creyó en absoluto ni las alusiones de la princesa ni la carta, pero le resultaba violentísimo mirar en aquel momento a Dólojov, sentado frente por frente. Cada vez que por casualidad se encontrab con los bellos e insolentes ojos de Dólojov, en su espíritu se levantaba algo monstruoso y terrible que le forzaba a esquivar cuanto antes aquella mirada. Recordando el pasado de su mujer y las relaciones con Dólojov, Pierre se daba cuenta de que lo que decía la carta podía ser verdad, o al menos podía parecer verosímil, si no se tratara de su mujer. Recordaba que Dólojov, repuesto en su grado y destino después de la cmpaña, al volver a San Petesburgo había acudido a su casa. Aprovechándose de que antes habían sido compañeros de francachelas, Dólojov había ido en su busca, y Pierre le había ofrecido albergue y prestado dinero. Recordaba ahora el desagrado de Elena,que se quejaba sonriente de que Dólojov estuviera en su casa, y las cínicas alabanzas que el huésped hacía de la belleza de su mujer y que, por último, desde entonces, hasta su viaje a Moscú, no se había separado de ellos ni un solo instante.
León Tolstoi, Guerra y paz. Libro segundo, Primera parte, Capítulo IV, Editorial Planeta, Barcelona 1988, página 377. Seleccionado por Adrián Hernández García, segundo de bachillerato, curso 2013-2014.
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