Capítulo 2: La ley del garrote y el colmillo.
El primer día que Buck pasó en la playa de Dyea fue como una pesadilla. Cada hora estuvo repleta de sorpresas y sobresaltos. Lo habían extirpado del corazón de la civilización para precipitarlo al de las cosas primitivas. Su vida ya no era ociosa ni bañada por las caricias del sol, sin nada mejor que hacer que holgazanear y aburrirse. Allí no había paz, ni descanso, ni una mínima seguridad. Todo era confusión y actividad y, a cada instante, la propia vida o algún miembro del cuerpo corrían peligro. Había una necesidad imperiosa de estar en permanente alerta, pues aquellos perros y aquellos hombres no estaban civilizados. Eran salvajes que no conocían más ley que la del garrote y el colmillo.
Nunca había visto perros que peleasen como lo hacían aquellas fieras lobunas, y en su primera experiencia le enseñó una lección inolvidable. En realidad, se trató de una experiencia ajena, pues, de lo contrario, no hubiera vivido para beneficiarse de ella.
Jack London, La llamada de lo salvaje, Barcelona, Vincens Vives, 1988, página 24.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014/15.
Nunca había visto perros que peleasen como lo hacían aquellas fieras lobunas, y en su primera experiencia le enseñó una lección inolvidable. En realidad, se trató de una experiencia ajena, pues, de lo contrario, no hubiera vivido para beneficiarse de ella.
Jack London, La llamada de lo salvaje, Barcelona, Vincens Vives, 1988, página 24.
Seleccionado por Alain Presentación Muñoz. Segundo de Bachillerato. Curso 2014/15.
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