lunes, 1 de diciembre de 2014

Copérnico, John Banville



     Al morir la noche llega flotando, deslizándose suavemente sobre el brillante caudal del río, husmeando con el hocico levantado, pasa bajo el puente, junto al rastrillo, más allá del adormilado centinela. Un leve sonido de garras rascando los peldaños embarrados, una breve visión de un diente descubierto. Por un instante, en medio de la oscuridad, tiene una ligera sensación de agonía y angustia; y la noche retrocede. Ahora trepa los muros, se arrastra sonriente por debajo de la ventana... Envuelto en una capa negra, se agazapa entre las sombras de la torre y guarda el amanecer. Luego vienen los golpes, la voz angustiosa, el peldaño flojo y traicionero de la escalera, ¿y cómo es posible que sólo yo pueda oír el agua que cae a sus pies?
     Alguien quiere hablar con usted, canónigo.
     ¡No!, ¡no! ¡Dejadlo fuera! Pero él no permitirá que lo echen, se esconde en un rincón donde aún persiste  la oscuridad de la noche y se queda allí, vigilando. Unas veces se ríe con suavidad, otras deja escapar algún sollozo. Tiene la cara oculta tras la capa, a excepción de los ojos, pero yo lo reconozco bien, ¿cómo no iba a hacerlo? Él es lo inefable, lo inevitable, lo peor del mundo.¡Déjame ser, por favor!


     John Banville, Copérnico, Madrid, editorial Edhasa, 1990, página 111. Seleccionado por Andrea González García. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

No hay comentarios:

Publicar un comentario