lunes, 1 de diciembre de 2014

Henry James, Otra vuelta de tuerca



 Capítulo 14


         Todo empezó un domingo por la mañana cuando yo me dirigía a la iglesia. Tenía a mi lado al pequeño Miles. Más adelante iba la señora Grose llevando a Floraa de la mano. Recuerdo que era un día claro y transparente. Una ola de frío había barrido las nubes del cielo y limpiado la atmósfera de forma que las campanas de cercana iglesia teñían de forma vibrante, casi alegre. Llevaba el pequeño Miles su mejor traje, hecho a medida por el sastre de su tío, con un niño fuera ya un adulto dispuesto a lanzarse por los caminos de la vida. En esto andaba yo pensando, cuando el chico me hizo un pregunta que habría de precipitar los acontecimientos que se iban a producir en los días venideros:
    -Querida mía -me dijo con su impatía habitual-, ¿se puede saber cuándo piensa usted enviarme de nuevo al colegio?
     La pregunta parecía del todo inocua, sobre todo por el tono de voz del niño. Tenía su voz un sonido cálido y melodioso, de forma que al abrir la boca más que palabras parecía estar echando rosas. Era una voz que sin duda había deleitado a todas sus institutrices, y yo misma había caído bajo el embrujo de u melodía. Pero en aquella ocasión, y a pesar de la dulzura con que la pronunció, la frase llevaba veneno dentro y él lo sabía. Al oír sus palabras me paré en seco, como si uno de los grandes árboles del camino se hubiera desplomado ante mí. El se había percatado del efecto que sus palabras habían causado en mí y quiso aprovechar este momento de debilidad e incertidumbre.



   Henry James, Otra vuelta de tuerca, Madrid, Anaya, 1999, páginas 109-110. Seleccionado por Guillermo Arjona Fernández. Segundo de bachillerato. Curso 2014-2015.

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