Capítulo I
Mientras
tanto, el señor Ewalt había decidido que quizá no debió haber
dejado entrar a las chicas solas en la casa. Bajaba del coche para
reunirse con ellas cuando oyó los alaridos. Pero antes de que
pudiera llegar a la casa, las jóvenes corrían ya a su encuentro. Su
hija gritaba:
—¡Está
muerta! —y refugiándose en sus brazos, añadió—: De verdad,
papá. ¡Nancy está muerta!
Susan se
volvió contra ella:
—No, no
está muerta. Y no lo digas. No te atrevas a decirlo. Sólo es que le
sale sangre de la nariz. Le ocurre muchas veces, le sangra la nariz
muchísimo y no le pasa nada más.
—Hay
demasiada sangre por las paredes. No te has fijado bien.
—No
conseguía entender lo que decían —testimonió posteriormente
Ewalt—. Imaginé que quizá la chica estuviera herida. Se me
ocurrió que había que llamar una ambulancia. La señorita Kidwell,
Susan, me dijo que había un teléfono en la cocina. Lo encontré
exactamente donde ella me dijo. Pero el auricular estaba descolgado,
y cuando lo levanté vi que el hilo había sido cortado.
Larry
Hendricks, profesor de inglés de veintisiete años, vivía en el
último piso de la casa del Profesorado. Quería escribir pero su
apartamento no era el refugio ideal para un aspirante a escritor,
pues era más pequeño que el de las Kidwell y además lo compartía
con su esposa y tres niños vivarachos, amén de una televisión
siempre en marcha. («Es el único sistema de tener a los niños
quietos.») Si bien hasta ahora no ha publicado nada, el joven
Hendricks, ex marino muy viril, nacido en Oklahoma, que fuma en pipa,
lleva bigote y posee un indomable pelo negro, tiene aspecto de
literato, en realidad se parece mucho a Ernest Hemingway, el escritor
que él más admira, en las fotografías de joven. Para redondear su
sueldo de profesor conduce además el autobús del colegio.
—A
veces hago
noventa
kilómetros al
día —le
dijo a
un conocido—.
Lo cual
no me
deja mucho
tiempo para
escribir. A
no ser
los domingos.
Pues bien,
aquel
domingo, 15
de noviembre,
estaba yo
en el
apartamento
leyendo los
periódicos. La
mayor parte
de las
ideas para
escribir un
cuento las
saco de
los periódicos,
¿sabe? Bueno,
la televisión
estaba en
marcha y
los niños
estaban más
bien bulliciosos,
pero aun
así, pude
oír voces.
Abajo. En
el apartamento
de la
señora Kidwell.
Pero pensé
que no
era asunto
mío ya
que yo
era nuevo
aquí, pues
llegué a
Holcomb a
principios de
curso. Pero
entonces Shirley,
que estaba
afuera tendiendo
ropa, mi
esposa Shirley,
entró corriendo
y dijo:
»—Cariño,
será mejor que bajes. Están todos histéricos.
»Las
dos chicas,
desde luego,
estaban en
pleno ataque
de histeria.
Si quiere
que les
diga lo
que pienso,
Susan nunca
se recobró
del todo.
Ni nunca
se recobrará.
Ni la
pobre señora
Kidwell. Es
de poca
salud; siempre
está nerviosa.
No dejaba
de decir,
claro, yo
no entendí
de qué
se trataba
hasta mucho
después, no
dejaba de
decir: "Oh,
Bonnie, Bonnie,
¿qué ha
ocurrido? Pero
si estabas
tan contenta,
si me
dijiste que
todo había
terminado y
que no
volverías a
estar mala."
Y cosas
así. Hasta
el señor
Ewalt estaba
tan alterado
como puede
estarlo un
hombre así.
Hablaba por
teléfono con
el despacho
del sheriff,
el sheriff
de Garden
City, y
le decía
que sucedía
"algo
absolutamente
impropio en
casa de
los Clutter".
El sheriff
prometió que
iría
inmediatamente y
el señor
Ewalt le
contestó que
iría hacia
la autopista
a su
encuentro.
Shirley bajó
para quedarse
con las
mujeres y
tratar de
calmarlas, como
si alguien
hubiera podido.
Y yo
fui con
Ewalt a
la autopista
a esperar
al sheriff
Robinson. Por
el camino
me contó
lo que
había sucedido.
Cuando llegó
a lo
de haber
descubierto que
el hilo
telefónico
estaba cortado,
entonces, me
dije: "¡Huy!
Mejor será
que tengas
los ojos
bien abiertos
y tomes
nota de
todos los
detalles. Por
si acaso
has de
declarar ante
un tribunal."
Truman Capote, A Sangre Fría, www.elejendria.com/libros/fichas/Capote,%20Truman/A%20sangre%20fría/24
Seleccionado por Daniel Carrasco Carril. Segundo de Bachillerato, curso 2015-2016.
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