viernes, 30 de octubre de 2015

París era una fiesta, Ernest Hemingway





        El cuento se estaba escribiendo solo y trabajo me daba seguirle el paso. Pedí otro
ron Saint James y sólo por la muchacha levantaba los ojos, o aprovechaba para
mirarla cada vez que afilaba el lápiz con un sacapuntas y las virutas caían rizándose
en el platillo de mi copa.
Te he visto, monada, y ya eres mía, por más que esperes a quien quieras y aunque
nunca vuelva a verte, pensé. Eres mía y todo París es mío y yo soy de este cuaderno
y de este lápiz.

      Luego otra vez a escribir, y me metí tan adentro en el cuento que allí me perdí. Ya lo
escribía yo y no se escribía solo, y no levanté los ojos ni supe la hora ni guardé
noción del lugar ni pedí otro ron Saint James. Estaba harto de ron Saint James sin
darme cuenta de que estaba harto. Al fin el cuento quedó listo y yo cansado. Leí el
último párrafo y luego levanté los ojos y busqué a la chica y se había marchado. Por
lo menos que esté con un hombre que valga la pena, pensé. Pero me dio tristeza.
Cerré la libreta con el cuento dentro y me la metí en el bolsillo de la cartera, y pedí al
camarero una docena de portuguesas y media jarra del blanco seco que allí servían.
Al terminar un cuento me sentía siempre vaciado y a la vez triste y contento, como si
hubiera hecho el amor, y aquella vez estaba seguro de que era un buen cuento,
aunque para saber hasta dónde era bueno había que esperar a releerlo al día
siguiente.

       Comiendo las ostras con su fuerte sabor a mar y su deje metálico que el vino blanco
fresco limpiaba, dejando sólo el sabor a mar y la pulpa sabrosa, y bebiendo el frío
líquido de cada concha y perdiéndolo en el neto sabor del vino, dejé atrás la
sensación de vacío y empecé a ser feliz y a hacer planes.

       Ya que el mal tiempo había llegado, nos convenía caminar un poco París por un
lugar donde aquella lluvia fuera nieve cayendo entre pinos y cubriendo la carretera y
las laderas empinadas, a una altura bastante para que la nieve nos crujiera al andar
de vuelta a casa por la noche. Al pie de Les Avants había un chalet con una pensión
estupenda, donde estaríamos juntos y con los libros y calientes en la cama juntos por
la noche con las ventanas abiertas y las estrellas brillando. Era el lugar que nos
convenía. Viajar en tercera no es caro. La pensión cuesta poco más de lo que
gastamos en París.




Ernest,Hemingway, París era una fiesta, infotematica.com.ar 
Seleccionado por Maria Alegre Trujillo ,Segundo de bachillerato, Curso 2015-2016.

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