La noche a que aludo, Stephen Elliott creyó encontrarse ante el papel de cristal. La luna iluminaba el cuarto de baño y él pudo ver una imagen en la bañera.
Vio algo cuya descripción me recuerda lo que yo mismo tuve ocasión de observar en las famosas criptas de la iglesia de Saint Michan, en Dublín, que poseen la atroz característica de preservar los cadáveres de la descomposición durante siglos. Una figura increíblemente delgada y patética, de un color entre terroso y plomizo, envuelta en algo similar a una mortaja, en cuyo lívido rostro los labios se curvaban en una sonrisa débil y espantosa; convulsivamente, apretaba las manos sobre el corazón.
De sus labios, mientras Stephen la miraba, pareció brotar un gemido distante y casi inaudible, y sus brazos comenzaron a agitarse. El terror hizo retroceder a Stephen, que despertó para comprobar que, en efecto, estaba de pie sobre el helado piso de madera del pasillo, bajo la luz de la luna. Con una audacia poco común en un niño de su edad, se acercó a la puerta del baño para comprobar si la figura de su sueño realmente estaba allí. Nada vio, y regresó luego a su cama.
Su relato, a la mañana siguiente, impresionó tanto a Mrs. Bunch que volvió a colocar de inmediato la cortina de muselina sobre la puerta del baño. Mr. Abney, por su parte, demostró vivo interés desde cuando Stephen le confió sus experiencias durante el desayuno, e hizo anotaciones en lo que él llamaba ``su libro``.
M. R. James, Cuentos de fantasmas, Madrid, Siruela, ed. 5, página 281.
Seleccionado por Delia Bulau, Primero de Bachillerato, Curso 2015-2016.
No hay comentarios:
Publicar un comentario